El apagón a nivel regional que vivió nuestro país el domingo fue, dijo el presidente, “inédito”. En realidad, mejor, le habría cabido el calificativo “insólito”. Pero lo cierto es que los vecinos de Chacabuco cuando ayer comenzaron a despertar para disfrutar lo que sería el día del Padre se percataron que, por más que insistieran tocando las perillas o revisando las llaves de corte, no había electricidad.

Una de las primeras medidas para constatar que tomaron los vecinos madrugadores (el corte comenzó a las 7 am) fue ir a preguntar “al lado” o “en la cuadra” si les pasaba lo mismo. Primer descarte: no se había olvidado de pagar la boleta, sino que todos estaban en la misma situación. No faltó el que ya había llamado, sin suerte, a la Cooperativa Eléctrica.

Allí comenzaron a advertir por los medios digitales lo que ahora todos sabemos: el corte de energía tenía un alcance regional, afectando a 50 millones de usuarios en toda Argentina, Uruguay y una parte de Brasil.

La magnitud del fenómeno descolocó a la mayoría. A los que se levantaron a las 10, les tomó casi 40 minutos alcanzar a dimensionar lo que sucedía, mientras daban los primeros sorbos de mate en la cocina apenas iluminada por el día gris.

Temprano, cuando todavía las líneas telefónicas y los servicios de internet satelital funcionaban, la mayor preocupación era cuidar el consumo de batería de los teléfonos. Modo “ahorro de energía” como primer medida.

La abuela que decía ‘¿que hago yo sin televisión?’. Pero ya precavida había juntado agua por si no había

Pasadas las 10.30 ya no importaba. Las líneas habían colapsado en su mayoría. Sólo Movistar prestaba un servicio muy mínimo. La joyita: el retorno del nunca bien ponderado SMS, el mensaje tradicional a través de señal telefónica.

Pronto todos se dieron cuenta que el apagón estaba tapando el Día del Padre, y que en el mejor de los casos tardaría 7 horas en volver la electricidad. Los pronósticos más pesimistas hablaban de la posibilidad de uno o dos días sin luz.

Pues, usted verá… si quería comunicarse con otro no había más remedio que moverse. Y como el Día del Padre es no más que otra excusa de esas que los argentinos nos inventamos para disfrutar como podemos de nuestras compañías, todos estaban involucrados de algún modo en la organización de la que participaban.

Crisis mediante, nadie se queda afuera. Unos fideos, unos ravioles, un asado. De invitado o de organizadores. Responsables de comprar el pan temprano (antes que se acabe) o de llevar la vajilla para el postre. Encargados de llevar la torta (que corría riesgo en el freezer) o de cocinar los fideos (y que no pasara como en Esperando la Carroza, porque las bombas de agua no funcionaban).

Pero como la abuelas con precavidas. además de cargosas, antes de quejarse con un «¿Y ahora cómo miro la televisión?», ya había llenado dos ollas de agua para cocinar y dos baldes repletos, que decoraban el baño para cualquier urgencia.

Así las cosas… y viendo que no había otra forma de comunicarse, ¡a la calle! A las casas que recibían invitados caían los parientes, amigos o agregados de último momento: ‘Pasé por si hacía falta algo’. Por supuesto, todo debajo de una lluvia incesante, que no se percibía casi, y que al cabo de dos mandados empapaba cualquier abrigo.

No faltaron los miembros nostálgicos que al encontrarse con los familiares, antes de decir buen día, largaba al resto “No les dije yo que un día iba a pasar! Tanto celular y tanta computadora…”.

Los que pululaban sin hacer nada en las cocinas se deleitaban en la organización de lo que sería una jornada larga, sin luz y sin otra comunicación que el ‘cara a cara’. “Mamá, ¿donde están los dados?”, “¿Llevamos las cartas?”… Y así fue. Las fotos que se subieron después a las redes sociales mostraban partidos de chin-chón, escoba de 15, juegos de mesa para adivinar preguntas que involucraban a niños, adolescentes, adultos y abuelos.

Otra particularidad de estos que habitan las cocinas familiares sin hacer nada, es la de ser expertos en el arte de evadir responsabilidades, menos una: lavar los platos. «No sale agua, no se va a poder lavar los platos», anticipaba uno con clarísimo dominio de esta habilidad. Para su desgracia, ese era el destino de la segunda olla de la abuela.

Mientras tanto, los despiertos anunciaban un aumento en las velas, una oportunidad única para una industria en decadencia: “Yo ya compré, vas a ver que esto no se soluciona una mierda y a la noche un paquete de velas que vale 30 pesos te lo van a vender a 130”, decían y le pasaban al de al lado las fotos que la abuela hacía circular de su casamiento.

Otros, iban más allá en las precauciones: “Te imaginás si esta noche no vuelve la luz. Sin cámaras de seguridad, ni comunicación con la policía…”. En la mesa, la abuela sacaba más fotos. Los chicos gritaban “Yo quiero ver…”, porque nunca habían visto a la abuela con un vestido así.

Poco a poco, todos fueron resignándose a la misma fatalidad: el celular no podía entretenernos, no tenía su internet dorada. Ya en la tarde y bien digeridos los duraznos con crema, la lluvia despertaba el clamor popular, y a los expertos en tortas fritas no les quedaba otra que empezar su marcha hacia la cocina.

Pero entonces alguien dijo: “En Bragado ya volvió”. Otro replicó “Entonces dentro de poco vuelve a Chacabuco”.

A los 10 minutos, cuando las primeras tortas fritas entraban a darse un baño de aceite, la bombilla LED que, de tanto toquetear la perilla por inercia, había quedado prendida, se encandiló.

Justo cuando todos comenzaban a ver que, de última, el corte podría haber sido no tan malo y que bastante entretenidos estaban con el chinchón o el truco.

Y cuando los dueños de pavas eléctricas coincidían en la necesidad de comprar una pava de anafe para no verse privados del elixir del mate chacabuquense, entonces, también volvió internet.

Los primeros mensajes de WhatsApp, la vuelta de Instagram les dieron a muchos el gusto de lo perdido, de lo deseado por más de nueve horas. Pero también a todos llegó ese sabor de sencillez, de truco, de falta envido, de chinchón… de niños que jugando encontraban la manera de entretenerse. Tan grave fue el corte que obligó a muchos a emplear el tiempo de maneras “insólitas”.

4 Comentarios

  1. Me encantó, tiene un poco de lo cotidiano de Cortázar, otro poco de Arlt (Sillas en la vereda), un poco de Ocampo. Y lleva a replantearse la vida sin tecnologías, sin luz también…¡cómo era antes!, que lo único avanzado que teníamos con suerte era la Encarta. Después todos esos juegos de mesas, las bolitas, el yo-yo, las cartas… Y todo por donde una vez comenzamos a crecer.