Por Andrés Russo
Emil Cioran escribió que el juramento, el epitafio y el telegrama constituían modelos de estilo. Es una verdad elegante que se cumple en una de las novelas más populares del siglo XX, la cual comienza con un telegrama, que observando el laconismo que impone su forma, comunica con lacerante eficacia: «Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias». El destinatario de esa fulminante sentencia, Monsieur Meursault, no la vive como tal, sino que la percibe casi como si de una comunicación burocrática se tratase, perdida entre el fárrago de sus nimios días, inmersa en su faena diaria, la que tiene lugar en una gris oficina de la remota Argel. Territorio árido, donde el sol siempre parece estar más alto sin posibilidad de respiro alguno: «La tarde, en esta región, debía de ser como una tregua melancólica. Hoy, el sol desbordante que hacía estremecer el paisaje, lo tornaba inhumano y deprimente.«
Anodino, indiferente, abúlico, indolente, son los calificativos con los que los lectores y la crítica han querido definir a Meursault. Será él mismo quien narrará de principio a fin su historia desde una distante primera persona: distante de sí, de los otros, del mundo. Alguien inescrutable hasta para sí mismo. Meursault es un hombre que no es medida de lo humano, al menos de la existencia que se propone inventar el sentido de la que carece en origen.
El más célebre personaje de Albert Camus no busca subsanar el inconveniente de haber nacido apelando a ninguna pasión, por más inútiles que, en definitiva, estas sean. Meursault no renuncia a dicha empresa, dado que ni siquiera se la propone. Da por sentado los hechos, alegres o penosos, sea un funeral o un encuentro amoroso. Todo, al fin y al cabo, transcurre fugazmente, como la gente ociosa a la que contempla sentado en su balcón a lo largo de un estéril domingo. El paso del tiempo, sin otras cosas que atender más que la comida, el sueño y el trabajo. ¿No hay Dios? Mala suerte ¿Hubo madre y ya no lo hay? Vaya inconveniente, pero tenía sesenta años, aunque Meursault no lo recuerda con exactitud. No es relevante. ¿Qué importa? El sol agobiante, que todo lo hace insoportable, es lo que cuenta. Una enfermera se lo recuerda en Marengo, donde su madre vivía en un asilo y donde es enterrada a toda prisa para que el calor no desbarate lo que ha quedado de ella: ««Si uno anda despacio, corre el riesgo de una insolación. Pero si anda demasiado aprisa, transpira y, en la iglesia, pesca un resfriado.» Tenía razón. No había escapatoria.» ¿Cómo vive Meursault esa falta de salida? Se resigna, acepta que “de todos modos uno siempre es un poco culpable”. No importa de qué, del abandono de una madre, de un crimen en una playa, de su propia ruina. Al regreso de las exequias y ya en su rutina circular se percata que “nada había cambiado”. Y nada cambiará para quien ve solamente cuerpos que ejecutan acciones, por el solo hecho de que tengan que ponerse en marcha. Los jóvenes y su algarabía al entrar y salir del cine; el obligado y prolijo paseo familiar y los comerciantes de la cuadra moviéndose al ritmo del reloj para abrir y cerrar. ¿Los que desfilan ante la mirada de Mersault están más vivos de lo que lo está él? Eso me lo pregunto yo, Meursault no se demora en ningún alegato antiburgués. Meursault transcurre, es extranjero en su propia vida, mucho más que los foráneos con los que puede toparse en sus paseos por la ciudad. La opacidad de la otredad es absoluta, pero porque antes Meursault fue, es y será un enigma insoluble para sí. No se preocupen, parece no sufrir. No es un personaje que vivencie su vida y el mundo como absurdo, trágico o nihilista. Esas son tematizaciones que le quedan demasiado lejos, como todo.
El extranjero cuenta con una adaptación cinematográfica realizada por Luchino Visconti en 1967, con Marcello Mastroianni en el papel de Meursault. El texto de Camus delimita las acciones con mucha claridad. Visconti decidió no apartarse demasiado de la narración original. ¿Fue un acierto? Estoy convencido de que no logró un producto de la talla de Muerte en Venecia, donde su genial impronta autoral como cineasta se atreve a crear una versión superadora, en ese caso, de la novela de Mann. Visconti fue un aristócrata con un profundo conocimiento de la ópera, lo cual le permitió comprender las claves visuales de un texto donde la belleza, la creación y la muerte se baten a duelo. No obstante, en el caso de El extranjero, donde lo rústico es su esencia, solo hay muerte, pero sin elucubraciones artísticas ni filosóficas, ya que eso Camus lo dejó, sabiamente, a buen criterio del lector. Dicho esto, no cabe duda de que Mastroianni era el intérprete adecuado. Sus papeles en 8 ½ y en Sostiene Pereira demuestran que era capaz de captar a la perfección las distintas formas de la crisis y la desesperación así como la necesidad del hombre por reinventarse. Meursault no alberga idea alguna de salvación, expiación o reinvención. No es héroe ni antihéroe. Ese punto muerto acaso sea un desafío para la pantalla grande. Un agujero negro de la subjetividad humana. ¿Cómo se filma un atolladero de esa magnitud? En aquel tiempo Orson Welles podría haber hecho un intento decoroso. En este, Michaell Haneke otro tanto (ambos directores lograron adaptar razonablemente grandes textos kafkianos, lo cual es un buen precedente para abordar a Camus).
El extranjero sigue siendo un misterio. Aquí no hemos intentado dilucidarlo. Simplemente deseamos que disfruten de la primera novela de un versátil autor francés nacido en Argelia, que logró la perfección literaria en el primer intento. Se llamaba Albert Camus. No dudó en enfrentarse duramente al, en aquel tiempo, omnipresente Sartre y en soportar, como Sísifo, el peso de un Nobel a los 44 años. Perdió la vida en un accidente automovilístico, en una ruta tan rectilínea que hace sospechar que siempre seremos cuerpos extraños para una vida que nunca nos será demasiado hospitalaria.
Guiño: «Killing An Arab» por The Cure.
Link de fácil acceso para ver la película en idioma original con subtítulos en español https://ok.ru/video/2579177146997
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