La historia de nuestras ciudades no se hace de millones de pequeñas historias anónimas, sino de historias con nombre y apellido. Y cuando uno escucha de la boca de sus protagonistas pasa a comprender cuán importante son para quien la cuenta, pero también para quienes lo ignorábamos.
Entre esas historias está la de Ángel Humberto Trompino, que según su hijo Omar vendría a ser algo así como el último «sobreviviente» de lo que hace años fue la gloriosa banda de «Bimbo» Marsiletti, de sucesivas formaciones. Ángel cumplió el pasado viernes 12 de junio, en medio de la cuarentena sus 91 años. Nada mal.
Como todos los apellidos el de Ángel tiene el acento europeo, el de Catania, en Sicilia, Italia. El acento y nada más, porque originalmente era Trombino, pero la «B» cambió por capricho de algún oficial por una «P». Desde allí emigraron sus abuelos con su padre y un hermano (ambos niños), en 1910, escapando de una peste que por aquellos años azotaba el continente europeo. Ángel nació un 12 de junio de 1929 en Chacabuco, cuando en este país transcurrían los últimos días del gobierno de Hipólito Yrigoyen.
Al llegar, su abuelo adoptó el oficio de verdulero, y el padre de Ángel lo acompañó hasta que decidió dedicarse a otro oficio, como en la antigua fábrica de mosaicos de Bressano.
Ángel es uno de los 5 hermanos que también llevan el apellido Trompino. «Fui a la escuela 12 hasta cuarto grado. Después hice carpinetería. Medio día iba a la escuela y después me iba a la carpintería», cuenta en una historia común a muchos hombres de familias trabajadoras para los que la educación más allá de leer y escribir no formaba parte del horizonte de expectativas.
«El carpintero que me enseñó es Cantoni, estaba al lado de lo Lusardi (Casa Lusardi), en Avenida Alsina 72 me parece que era la dirección», explica con prodigiosa memoria. «Ese hombre era cuñado de Lusardi que tenía almacén ahí pegado».
«Ese fue mi primer trabajo, estuve ahí después me cambié, me fui a una mueblería de Antonio Van Den Eng. Después me largué por mi cuenta haciendo changas, trabajos en las casas de familias».
La banda
La banda de Marsiletti había nacido en los albores del siglo y permaneció durante largos años, por lo que tuvo varias formaciones. En la época que integró la banda la completaban unos 23 o 24 integrantes en 1940.
«Como mi papá ya estaba ahí, a los treces años ya debuté, pero con la banda de Francisco Pederzoli, después pasé con Bimbo Marsiletti. Mi papá y yo tocábamos el clarinette», especifica.
De quienes la integraban, Ángel recuerda: «La familia Carlisi, don Luis Carlisi. Dos hijos, uno tocaba el redoblante. Un tal Derosa un muchacho que trabajaba en el correo, un tal Palazzo, Echeverri…».
«Los días de fiestas (el día la Virgen, San Donato) se festejaba con la banda. Salíamos a recorrer todos los negocios, las casas de familias, íbamos y nos esperaban con la copa y pasteles. Muy lindo era, después se hacia la misa alrededor de la plaza, la procesión con el santo, San Isidro. Siempre, en todas las fiestas 25 de Mayo, 9 de Julio siempre se iba y se tocaba con la banda». El vívido recuerdo confirma la realidad de cuanto Haroldo Conti narra en Perfumada Noche.
«Y después, los domingos se iba a la plaza San Martin a tocar, la retreta se llamaba. Ahí se tocaba y la gente daba vuelta en la plaza, la vuelta del perro se llamaba. Jajaja… con música», recuerda Ángel una vuelta que aún existe pero ahora de una manera sofisticada se hace en automóviles.
La retreta era una forma de musicalización pública y que se realizaba en la pérgola de plaza San Martín (ubicada frente a palacio Municipal), ya demolida por los gobiernos defactos.
Entre las presentaciones, cuenta Ángel, «hemos ido a las localidades, a Castilla las fiestas que hacian allá, donde nos llamaban ahí iba la banda».
Elguea y Román
El Gran Premio de 1948, que unía Buenos Aires – Caracas lo ganó Oscar Gálvez, pero no hubo festejos porque en la tercer etapa en una barranca de Camargo cayó el auto que guiaba el de Chacabuco, Julián Elguea, y su acompañante Heriberto Román, que fallecieron en el accidente. El trágico hecho conmovió a la sociedad y ha quedado grabado en la memoria de Ángel. El rescate y regreso de los vecinos sin vida consumió unos días.
Las circunstancias del hecho y la consternación que generó explica que uno de los accesos de la ciudad lleve el nombre de la dupla que perdió la vida.
«La última vez que tocamos, que toqué yo y después me retiré fue en el año ’48 que murieron Elguea – Román y los trajeron acá, los velaron, estuvieron días para traerlos, los velaron en la municipalidad, como tres o cuatro horas, despues fueron los dos funebres de la cochería Valerga y Grossi, eran dos cocherías. Los fúnebres eran a caballos, de cuatro caballos cada fúnebre. Y bueno cuando sacaron a Elguea – Roman de la municipalidad que los subían al fúnebre, nosotros estabámos atrás y cuando empezó la banda hicieron así los caballos (movimiento de manos para señalar que se abalanzaron los caballos) se asustaron, no estaban acostumbrados con la banda. ¡Para colmo marcha religiosa! Se hizo un desparramo de gente… tenés que ver, los volteó a algunos, los lastimó. Después no, se subieron y empezamos a tocar y se quedaron quietos los caballos», explica.
Entre el repertorio que recuerda se encuentran piezas como la marcha religiosa La corona de espinas, un clásico fúnebre compuesto Francisco Miguel Haro Sánchez.
Durante la conscripción obligatoria o servicio militar también participó en la banda como una forma de hacer llevadera la disciplina férrea. Llama la atención su claridad para decidirlo: «Estuve en Campo de Mayo haciendo el servicio militar, me querían hacer quedar. No, no quise quedarme, era muy esclavo». Eligió volver a su oficio de carpintero.
¿Y el clarinete?
«Lo doné a una banda de Salto. Porque ya no tocaba más. No me acuerdo en qué año porque lo tuve mucho tiempo. Porque se armó una banda allá y pedían. De acá muchos donaron», dice Ángel con la generosidad intacta.
«El clarinete era de mi papá», agrega sin apego emocional, o más bien como si las cosas fueran y vinieran. «Con la banda íbamos a Luján también, el 8 de diciembre es el Día de la Virgen, todos los años íbamos», me cuenta aunque nos separen 60 años.
«Cuando de la banda en Chacabuco de nuevo me vinieron a ver para ir a tocar, y ¡no quise saber nada!», dice con risas.
«Sobreviviente»
Su hijo Omar dice que es el único «sobreviviente» de aquella formación de la banda. Yo digo que la palabra sobreviviente no ajusta, pero viéndo que desde su nacimiento atravesó todos los golpes de Estado del país, la guerra mundial, y la aparición prácticamente de toda la tecnología, el término aplica.
Le pregunto si es así. «El único que vive soy yo de todos los que estamos. No quedó ninguno». Y revela que incluso «mi papá por otro lado tenía una orquesta. Pero yo no participaba».
Su padre Vicente Trompino además de participar en la Banda Bimbo Marsilleti tenía una orquesta de tango y su madre Justa Pastora Cordoba era empleada domestica.
«Estoy mejor que antes»
En la larga charla, también le pregunté cómo está a su edad. «¡Qué te puedo decir! Estoy mejor que antes cuando trabajaba. Porque antes vos trabajabas y trabajabas y no tenías un mango, ahora que estoy jubilado. Estoy mejor ahora que antes».