Salado o dulce. Invierno o verano. Tomate o lechuga. Varón o Mujer. «¿Qué preferís: que baje la inflación o que Argentina gane el mundial?«, lanzó en vivo la encuesta de la producción de un programa de TV a los conductores e invitados en el canal. La ministra de Trabajo de la Nación, Raquel Cecilia Kismer de Olmos, invitada especial, aguardaba desde atrás de cámara. Desde esa penumbra se sumó a la opinión del panelista varón en preferir que Argentina saliera campeón. Allí la conductora (que nunca reveló qué prefería) la invitó a tomar el lugar frente a las cámaras. La respuesta dejó afuera a buena parte de la sociedad, que no puede opinar como el panelista «¿¡Qué le hace un mes más de inflación!?».
La ministra aclaró su posición con un argumento prejuicioso, considerando que su preferencia representaba a toda la población: «Considero que hay trabajar todo el tiempo por la inflación, pero un mes no va a hacer la gran diferencia, pero desde el punto de vista anímico y lo que significa para los argentinos queremos que los Argentina sea campeón«, dijo mientras aparecía en cámara.
La frase sonó a una burla, principalmente a quienes sufren la tragedia social y alimentaria argentina que significa la inflación, un aumento constante de precios que el gobierno no parece tener bajo control. Lo que siguió no hizo más que empeorar, confirmando que sus dichos no fueron producto de un arrebato.
Las declaraciones que completaron el cuadro fueron dirigidas a recordar el mundial de 1978, realizado en plena dictadura cívico militar en Argentina y que el país anfitrión ganó. De aquella experiencia, Kismer de Olmos rescató: «estábamos en el proceso militar, nos estaban persiguiendo, no sabíamos que iba a pasar con cada uno de nosotros, Argentina fue campeón y salimos todos a celebrar, después seguimos con la realidad. La realidad es inevitable». Nadie le preguntó a la ministra a cuál realidad se refería, si a la tortura, a la muerte, a los goles o al hambre de la inflación.
La imagen de torturadores y torturados abrazándose por la copa del mundo de fútbol no se condice con la realidad, borrando de la historia todas las resistencias que hubo contra un mundial sospechado, cuanto menos, de servir para impulsar el plan económico y criminal. «Salimos todos a celebrar» viene a ser una variante de la teoría de los dos demonios.
Poco perdonable. No solo porque la ministra es dueña de un ministerio al que llegó cabalgando con la mitad del país bajo la línea de la pobreza, sino porque habló de «proceso militar» en lugar de «dictadura cívico militar» y, como todos sabemos, quienes hablan de proceso lo hacen cómplicemente, para restarle gravedad. También dijo que «no sabíamos» lo que iba a pasarnos, lo que depende en realidad de qué lugar se ocupara en aquella compleja constelación.
Pero además de la respuesta, la pregunta esconde la trampa del binarismo. Como si todo fuera una cosa o la otra. Ese binarismo también expresa el prejuicio que a la gente hay que hablarle con facilismos, la idea de que lo complejo no puede ser expresado políticamente, la presunción que la gente no entenderá. Para los encerrados en el binarismo, de la misma manera, la diversidad sexual no puede expresarse: si nació con un pene es un varón y si tiene vagina es una mujer, «fin de la discusión».
Vuelvo a la mirada sobre el mundial 1978, y la idea que todos festejaron abrazados. La idea que el mundial hermana: a los de River con los de Boca, a los de Racing con los de Independiente. Si todos hinchan por los mismos colores, ¿por qué no harían los mismo en plena dictadura torturadores y torturados?
El infinito José Pablo Feinmann escribió un libro formidable: La Crítica de las armas. Ahí la dictadura aparece en otra dimensión: el terror psicológico que significó para quienes «todavía» no habían sido secuestrados, ya que al fin y al cabo, cualquier mínimo involucramiento en actividades políticas podría significar el secuestro. Pero también aparece en el texto el cuestionamiento hacia la campaña de «argentinización» que utilizó la dictadura desde el mundial a la guerra de Malvinas. Esa relación de los perseguidos con la Argentina tiene el paralelismo en el libro con la madre del protagonista, que al inicio del libro confiesa querer matarla cuando la visita en el geriátrico «Horizonte».
Feinmann reconstruye en el libro una idea importante: la cercanía entre la ESMA (principal centro de tortura de la dictadura) y el estadio mundialista de River Plate: “De las dos (construcciones) surgían gritos poderosos. En verdad, de una surgía un solo grito. De la otra, varios. Del Estado Mundialista el grito era unánime, era el grito hermanado del pueblo de la nación: ‘¡¡¡Gooooolllll!!!’ De la ESMA surgían múltiples gritos, todos distintos, todos expresando el dolor, la vejación: ‘¡¡¡Ayyyy!!! ¡¡¡Arrrrgh!!! ¡¡¡Aggg!!!’. ¿Oían los torturados de la ESMA el grito sagrado de los hinchas de la selección militar? ¿Oían –querían oír– los hinchas de la selección militar los gritos de los torturados de la ESMA? Lo que torna incómoda esta cuestión (incómoda, no para las víctimas de la ESMA, sino para los festivos hinchas del ‘matador’ Kempes) es la obscena cercanía de los dos lugares”.
Algunos dirán, que mejor esta nota podría pasar a otro tema, pero «Alguien lo tiene que decir». Más que nada porque algunas ciudades como la mía han elegido tomar para sus propuestas educativas al mundial de Qatar, que arranca en unos días. Los derechos humanos y laborales, que son inexistentes en ese país, no formarán parte de la propuesta educativa. Tampoco los mundiales que Argentina ganó, que simplemente se nombrarán.
La preferencia de ganar el mundial a bajar la inflación que dijo la ministra sale de esa idea de la hermandad del mundial, de esa premisa de hay que cerrar la grieta, de eliminar las diferencias, de pensar que quien no coincide traiciona la «unidad».
Una excelente película aborda ese tema: Hay unos tipos abajo, basada en el libro de Antonio Dal Masetto. Esa película que expresa el miedo que toda la sociedad vivió, muestra la coexistencia del clima de persecución que gran parte de la sociedad vivía mientras el mundial era presentado por la dictadura como un triunfo generalizado: miedo y festejos. Cabe preguntarnos porqué la ministra quiere que olvidemos la inflación por un mes, así como también con qué propósito nos vende por televisión una imagen falsa de aquel mundial.
Un último interrogante me desvela: ¿qué pasará con este gobierno si Argentina gana el mundial?