La idea de que las historias de ficción  que se cuentan más como autobiográficas que como ficción, me resultan insípidas, no voy a negarla. De hecho me gustaría no saber que sobre las influencias autobiográficas para creerme que el escritor hizo un poco más que escribir de forma bonita algún hecho de su vida. 

Cuando comencé a leer Bebé vampiro (Concreto; 2020) no tenía idea con qué me iba a encontrar y eso creo, es bueno. Tampoco voy a negar que me dejé atrapar por un título que ronda lo fantástico y eso despertó curiosidad.  A las pocas páginas, específicamente al terminar el primer relato “Best friends forever” ya había entrado en un universo literario del que poco me interesaba salir. Lejos de lo fantástico, el inicio del libro explora la amistad arrasada por la distancia y el silencio de dos niñas de segundo grado.


«Vivi entró al colegio en segundo grado. Ella era china y yo, judía. No había en todo el grado otro chino u otro judío, así que, sin mediar palabras, sobre todo porque ella no podía pronunciar ninguna, nos hicimos amigas.»

Los ocho cuentos son pequeños hechos del mundo habitados por la literatura. En “Los sábados de antes” nos encontramos con la muerte de la madre de una amiga. El velorio, invadido por el sonido del mundial de fútbol, se convierte en un episodio de recuerdo. El frío de julio capaz de aplazar cualquier sensación en duelo. 

“Montón de vereda” explora el suspenso, la narración es una habitación oscura y agradable donde la historia avanza. Un grupo de chicas aceptan ir a la peluquería de un desconocido. Entre lo extraño y el impulso hay también espacio para la desesperación. 

Nadine Lifschitz nació en Buenos Aires y estudió Artes audiovisuales. Es guionista y escritora. En un artículo para Infobae contó cómo fue el proceso de escritura de este libro . Allí dice que  “casi como una forma de exorcizar ciertos descuidos, seguía insistiendo con que mi vida y la literatura se mezclaran, la receta también tomaba la forma de la tercera persona, y descubrí en ella la distancia necesaria para habitar ciertas voces.” 

Nadine Lifschitz

La incorporación que la escritora hace de su vida al plano literario sólo influencia una parte de la historia, volviendo al relato verosímil, pero también resaltando la sensación de haber vivido esos momentos. Esto se debe al logro de lo que ella llama, entiendo: habitar ciertas voces. Otro punto a favor es que Nadine recoge de su entorno personas para volverlas y entenderlas como personajes. Y a esto me refiero cuando digo que me gusta no percibir al libro como diario de la vida del escritor, sino como una obra literaria. Sentir el espacio que tira entre lo que pasó y lo que leo para quedarme palpando, gustosamente, la ficción.
Nadine lo logra.

“Bebé vampiro” es el último cuento y el que da nombre a la totalidad de la obra. La autora dice que “relata la sensación de encierro, soledad, angustia, miedo, felicidad, confusión y amor, que se viven los primeros días después de parir, y cómo lo hubieran vivido otras madres que no fui pero que me hubiera gustado ser, o que creía que debería haber sido o que soñaba con no ser nunca.”

Como escribe y describe Cecilia Fanti en la contratapa: “en los cuentos de Bebé Vampiro lo quebrado está a la vista y brilla. La narrativa de Nadine explora con pulso, piedad y humor zonas amargas, ocultas y condenadas.”. Este sentido es parte del libro pero también está condensado en el cuento “Manos frías”, sin dudas, uno de mis favoritos.

Por Ariana Trompino