Se acerca fin de año y muchos sentimientos se ponen en juego. Las emociones por los reparativos, la espera de los que visitan o visitamos en noche buena o fin de año. Pero también es común que nos sintamos mal por aquellos que faltan y con quienes deseáramos compartir estos momentos.
En esta cuarta entrega para la sección de psicología de La Posta, Claudio Jonas nos propone hablar del «duelo» y lo que es esperable de nosotros ante esas circunstancias: dolor, desinterés, afectos no esperados, olvidar o recordar, y la solución farmacológica para enfrentarlo.
¡QUE PENE LA PENA!
Por Claudio Jonas*
«Quise ahogar mis penas en alcohol, pero las condenadas aprendieron a nadar» Frida Kahlo
A partir de la insistencia del “sentido común” que reacciona en contra de los duelos, sumado a las publicaciones que alientan el tratamiento farmacológico de las depresiones, resulta imprescindible aclarar que el sufrimiento psíquico debe considerarse, en alguna medida, semejante al dolor físico.
DUELO significa: dolor y no es patológico (no es una enfermedad) ni son patógenos (no producen enfermedades). Es decir que, es totalmente normal reaccionar a las pérdidas afectivas con dolor. Lógicamente, ésta será más o menos profunda y duradera según la importancia que la pérdida afectiva tenga para cada quien.
DESINTERÉS. El dolor afectivo produce un redireccionamiento de los intereses y las acciones sobre el mundo externo. Del mismo modo que un fuerte dolor de muelas difícilmente permita que alguien continúe en su vida cotidiana con las mismas energías que cuando no lo sufre, el dolor psíquico retrae el interés, a veces, hasta ensombrecer las perspectivas de futuro. Contrariamente a lo que se supone, no es la diversión lo que favorece la recuperación del interés vital. Esto último sólo se alcanza a través de una elaboración lenta, individual, discontinua y progresiva.
AFECTOS. Aunque resulte una obviedad, es bueno recordar que los vínculos afectivos entre las personas son de total, absoluta e indiscutible individualidad. A veces de tal profundidad que ni la misma persona que sufre llega a tener clara conciencia de la importancia que subyacía a algunos de sus vínculos. Es lógico que las circunstancias o los motivos que acompañan a las pérdidas afecten de diferente manera a quien las padece.
La aparición de afectos contradictorios suele complicar la comprensión de algunos duelos. Sin embargo, el hecho de que la pérdidas más importante pongan en marcha afectos contrarios a los esperables tiene fácil explicación, aunque, no fácil aceptación. Al repasar cualquier relación afectiva, reconoceremos rápidamente que incluye múltiples posibilidades y matices: admiración, enamoramiento, ternura, celos, envidia, rivalidad, compasión, odio, etcétera, sin que ninguna sea exclusiva ni excluyente de las demás, y, sin que el vínculo resulte un promedio de todas ellas.
Como el dolor no es dañino en sí mismo, no tienen ningún sentido los esfuerzos habituales por distraer, minimizar, apurar, disimular, etcétera. La superación de los efectos que una pérdida implica no tiene relación con los esfuerzos por olvidar sino, por el contrario, con las posibilidades de recordar.
MASCULINIDAD. Si bien existen arraigados prejuicios contra la perspectiva de que “se note el dolor” y se manifieste a través de la lógica tristeza, es entre los varones donde prevalece la convicción de que los bajones anímicos son contrarios a la masculinidad. La complacencia o el reforzamiento de este erróneo punto de vista abren la puerta grande a las adicciones antidepresivas: alcohol, medicamentos estimulantes, etcétera, que simulan un mejoramiento transitorio del humor, pero dejan pendiente de elaboración un proceso tan normal, como universal.
Resumiendo, el duelo es un fenómeno normal, que no conviene interferir ni tampoco apurar. Se puede ayudar o simplemente acompañar a quien lo está sufriendo. Y cuantas más veces se describa el duelo como proceso humano, normal y universal, antes entrará a formar parte de la vida cotidiana, librando el camino hacia una mejor calidad de vida, en la que no puede estar ausente el dolor por la pérdida de los seres queridos.
(Esta nota fue publicada por primera vez el 10/12/2017)
Los invitamos también a leer su trilogía sobre qué nos sucede cuando queremos elegir una carrera y por lo tanto comenzar a perfilar nuestras vidas: «¡Socorro! Termino el secundario» y «Luchando por elegir un propio destino«, y «¿No somos nada sin títulos?«.
*Claudio Jonas es médico psicoanalista y asesor pedagógico. Es ex-docente universitario de grado y postgrado en Medicina (UBA), Psicología (UBA y UCES). Es autor, entre otros, de “Hay límites que matan”. Ha participado en medios gráficos, televisivos y radiales, se destacan sus colaboraciones para Página12. Como asesor pedagógico intervino en instituciones de salud mental y en más de 50 escuelas públicas y privadas, entre ellas de Chacabuco