Después de poco más de medio siglo de Guerra Fría y de haber estado al borde de un conflicto atómico en 1962 con la crisis de los misiles, Estados Unidos y Cuba escenificaron las condiciones de una lenta reconciliación sin ahorrar gestos de simpatía ni homenajes, ni poner bajo la alfombra las asperezas.
Barack Obama habló con holgura ante un Raúl Castro que no varió ni su estilo, ni ocultó las diferencias que aún existían entre los dos países y que, en dos ocasiones, necesitó de la intervención de sus consejeros.
El mandatario norteamericano le pidió a su par cubano que en la isla haya libertad y democracia y Castro le reclamó el fin del embargo y la recuperación de la base de Guantánamo.
Obama puntualizó que se trata de valores universales y no sólo de Estados Unidos, a lo cuál Castro respondió diciendo que no se debían politizar los derechos Humanos.
El presidente cubano reiteró cuán trascendente era la cuestión del embargo por cuanto es el aspecto más importante para el desarrollo económico y el progreso del pueblo cubano.
El presidente de EEUU, al respecto dijo que “el embargo se va a terminar, aunque no se puede precisar cuándo».
Castro fue más allá y manifestó:
Tenemos concepciones distintas sobre muchos temas, como el modelo político, la democracia, los derechos humanos, la justicia social, las relaciones internacionales, la paz y la estabilidad mundial. Cambiar lo que deba ser cambiado es asunto exclusivo de los cubanos. El destino de Cuba no será decidido por Estados Unidos ni por ninguna otra nación. El futuro de Cuba será decidido por los cubanos.
La respuesta de Obama fue del mismo nivel:
Los dos jefes de Estado movieron las piezas retóricas como banderas. Cuando Obama reiteró que la ausencia del respeto de los derechos humanos era un serio obstáculo para la normalización global de las relaciones, Raúl Castro aclaró que la sanidad y la educación gratuita eran una dimensión de los derechos humanos.
La discrepancia central entre Cuba y Estados Unidos nunca desapareció.
El tema de los derechos humanos dio incluso lugar a un par de momentos tensos entre el presidente cubano y la prensa. Cuando el periodista de la cadena de televisión CNN Jim Acosta –hijo de cubanos– le preguntó a Raúl Castro por los presos políticos, el jefe del Estado respondió:
“Deme la lista de los presos políticos para soltarlos. Déme los nombres. Si hay esos presos, esta noche están sueltos”.
La confrontación entre los dos modelos, entre las dos estrategias, fluye solapada entre decenas de gestos de reconciliación espectaculares hechos por una y otra parte.
La partida de ajedrez sigue detrás del telón y seguirá más allá de Raúl Castro y Barack Obama.
Ambos concluyen pronto sus mandatos y les dejan a sus sucesores una herencia que promete ser uno de los entrejuegos diplomáticos más apasionantes del siglo.