Hoy, 24 de marzo, Claudio Jonas nos invita a pensar la presencia del autoritarismo en nuestra educación y sobre las posibilidades de pensar cómo la democracia puede ayudarnos a comprender la relación entre los adultos y los menores teniendo en cuenta la evidencia y lo que ya sabemos sobre el tema.


«Educar no es una opción entre el autoritarismo de los mayores o la tiranía de los menores»

Por Claudio Jonas

«Ante cualquier médico consulte a su duda» decía un enorme cartel en la Secretaría de Salud Pública de La Plata, promoviendo a través de esta ingeniosa inversión del texto tradicional, un protagonismo imprescindible frente a la autoridad del médico.

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¿Por qué no ejercitar esta sabia recomendación frente a cualquier autoridad? La respuesta, estoy seguro, no se hará esperar: porque no se puede discutir todo; porque existen diferencias entre quienes más saben y quienes menos; porque no solamente existen los derechos, sino también los deberes, las normas, las leyes… y por sobre todos los argumentos, porque si no mando yo -que tengo la razón- sólo me queda obedecer, y eso es injusto.

Palabras más, palabras menos, muchos padres, educadores y profesionales se debaten en un aparente callejón sin salida cuando se trata de delinear cómo educar, con límites o sin límites; sometiendo o sometiéndose. Como si en estas dicotomías se resumieran las alternativas de las relaciones humanas.

Que tradicionalmente el rol de autoridad se haya entendido como una habilitación para imponer caprichos por la fuerza, no necesariamente supone que el abuso de poder es esencial a dicha función. Tampoco hay elementos convincentes que avalen la hipótesis según la cual si uno no impone su voluntad, está irremediablemente condenado a aceptar la de otros.

En un taller para padres, uno de los participantes se hizo portavoz de una sensación muy difundida en ciertos sectores de clase media que se ocupan y preocupan por la educación de sus hijos: «antes la pata del pollo se la comía mi viejo, porque los mayores imponían sus gustos, ahora se la comen mis hijos, porque no hay que frustrarlos, ¿y, a mí, cuándo me toca?».

Celebremos en principio la existencia de este conflicto, porque invita a la sana polémica sobre ¿cuál es la mejor educación que una generación puede ofrecer a la que le sigue? «No hay recetas» -se escucha hasta el cansancio- ,»a ser padre o madre sólo se aprende siéndolo» -dicen algunos-, «o te hacés respetar o se te suben a la cabeza» -refrendan otros, con el índice en alto-, «tanta libertad es la causa de casi todos los males que padece la juventud actual» -advierten algunos déspotas ilustrados.

¿Hará falta confrontar esta infundada afirmación con la evidencia de que son los regímenes autoritarios los que provocan reacciones violentas de magnitudes impredecibles? o ¿no es pan de todos los días observar que allí donde mayor es la coerción estudiantil, los recreos y los finales de curso son más violentos?

Curiosa, casual o significativamente los que proclaman un mundo donde sólo existiría el BIEN, se han arrogado el derecho (y el deber) de usar y abusar de la violencia para conseguir sus fines. Para ellos, esos medios despreciables no se computan entre las violencias a desterrar, son apenas recursos «civilizados» para imponer un bien común que las mayorías no logran comprender.

Entonces ¿si las condiciones para una mejor educación no están en el eje sometedor-sometido, límites-no límites, libertinaje-tiranía, autoritarismo-dejar hacer, cual sería la alternativa?

En primer lugar es imprescindible tomar conciencia que Educar y dominar son acciones contrarias y excluyentes, que producen efectos -o individuos- totalmente opuestos: cuando educo, considero al educando como un ser diferente, pleno de derechos y con múltiples potencialidades a desarrollar; el que domina, considera al dominado como un objeto indiferenciado, pleno de obligaciones y prohibiciones, cuyas capacidades sólo importan en la medida que satisfagan los caprichos del que se cree dueño de vidas ajenas. Tengamos en cuenta que:

  •  la autoridad no se impone, se gana;
  • el respeto es un sentimiento que nada tiene que ver con el temor;
  • los niños son individuos a los que la educación debe garantizar la mayor autonomía;
  • la obediencia no es una medida de la buena educación;
  • el propio cuerpo, no es un peligroso e incontrolable tirano;
  • las diferencia entre los educadores y los educandos no son diferencias jerárquicas;
  • la participación democrática en la elaboración de las normas de convivencia, es una experiencia educativa de insuperables beneficios;
  • la transmisión de las tradiciones no es un fin en sí mismo, puede ser un punto de partida;
  • la escuela no es un laboratorio que deba producir alguna especie de seres purificados para luego propagarlos;
  • el docente no tiene porqué proponerse como la única fuente de conocimientos;
  • es impensable atenuar la violencia por vía de la violencia;
  • no existe un medio mejor para la enseñanza aprendizaje que un vínculo basado en el cariño.

Que todavía hay mucho por descubrir, es cierto, pero que hay mucho ya sabido, convendría no ignorarlo.