Por iniciativa de la Organización Mundial de la Salud (OMS) el 19 de octubre es la fecha  establecida mundialmente para conmemorar el Día Internacional de Lucha Contra el Cáncer de Mama, con el propósito de generar conciencia y promover el acceso de las mujeres a los controles anuales, para lograr un diagnóstico precoz y obtener posteriormente un tratamiento adecuado y eficaz.

En la actualidad, las cifras sobre diagnósticos de cáncer de mama son realmente alarmantes. Se estima que una de cada ocho mujeres atravesarán en algún momento de su vida una patología mamaria, es por esto que resulta fundamental sensibilizar sobre estas temáticas y disputar los sentidos de una enfermedad (cada vez menos) silenciada. Abordar de manera integral este tema, que dejó de pertenecer al mundo privado e individual, es fundamental. El cáncer de mama se transformó en una problemática social y por eso debemos promover que cada vez más mujeres se sientan interpeladas a realizar los controles estipulados anualmente.

Desde nuestro lugar es fundamental replantearnos algunas cuestiones vinculadas a la comunicación y promover diálogos y discursos a través de una perspectiva de cambio poniendo como horizonte una mirada amorosa, compañera y solidaria. Para comenzar, es posible que el lenguaje bélico no sea una buena estrategia de acercamiento, comparar este tipo de enfermedades con metáforas de guerra no resulta muy amigable. El cáncer no es una guerra, es lamentablemente una enfermedad, y además como describió Evita, nosotras las mujeres tenemos “la sublime vocación de la paz”.

Pensar y expresarnos en términos de guerra, supone la existencia de personas que resultan victoriosas y la existencia de quienes han sido derrotadas y esto, al menos, es injusto. Convertir a nuestros cuerpos en territorios de batalla ya dejó de ser una opción, en este sentido, es importante no perder de vista las cuestiones históricas que trascienden a las enfermedades.

Hasta hace muy poco tiempo, las patologías mamarias fueron tratadas exclusivamente en la oscuridad de la vida privada porque los senos siempre representaron el símbolo “de lo femenino” por excelencia. Su ocultamiento no sólo retrasó las investigaciones para tratar nuestras enfermedades sino que contribuyó en la reproducción del sistema médico tradicional y hegemónico, donde las personas que estaban enfermas eran consideradas incapaces, inválidas, al punto extremo de la infantilización. Quizás sea prudente recordar que durante mucho tiempo, los médicos trataron al cuerpo femenino como una variante inferior del cuerpo masculino y lo ignoraron enteramente. (Olson, 2002).

Como no resulta suficiente con todas estas desigualdades, tenemos también la obligación de encarnar el falso estereotipo instalado de mujeres luchadoras, valientes, ejemplares, lindas y victoriosas. Personalmente, nunca escuché decir que un varón enfermo de cáncer es un luchador, tampoco he visto la comercialización de productos de belleza para que ellos se sientan más lindos y seguros transitando una enfermedad. Los ejemplos sobran y rápidamente podemos enlistarlos: turbantes, costosas pelucas, maquillajes de todo tipo y color para tapar las ojeras y dibujar nuestras cejas. Claro, estamos frente a la presencia de una gran industria para esconder y silenciar una enfermedad que cada vez toca a más mujeres jóvenes, adultas y adultas mayores.  

Poner en perspectiva mi experiencia personal y el camino transitado, me recuerda la importancia de compartir vivencias pero también siento el compromiso de enfatizar que las enfermedades son diferentes en cada cuerpo, cada una de nosotras está sesgada por distintos contextos sociales, culturales (y también físicos), entre otros, que nos ubican en diferentes posiciones para transitar una enfermedad. Cada cual hace lo que puede y eso tiene que ser suficiente, por esto resulta urgente revisar la utilización del lenguaje bélico. No nos pueden también poner la responsabilidad y la obligación de ganar una batalla que no es nuestra. 

El cáncer no es rosa. Pero… ¿está bien decir octubre rosa? Bueno, podría ser una frase más afortunada, pero es la que tenemos para alzar nuestras voces y sensibilizar sobre patologías mamarias y dejar de reproducir estereotipos que distan bastante de nuestra realidad y no resisten a ser generalizados.

*Por Sofía Lezcano

*Graduada y docente de la Diplomatura en Comunicación Popular y Fortalecimiento Comunitario e integrante del Instituto de Estudios Comunicacionales en Medios, Cultura y Poder “Aníbal Ford” de la Universidad Nacional de La Plata.

(Escrito para la Facultad de Periodismo y Comunicación Social)