Por Andrés Russo

Hay escritores que son capaces de producir una obra maestra, pero no todos pueden sobrevivir a ella. Capote no solo no pudo concluir ningún libro de largo aliento luego de A sangre fría, lo cual no desmerece en lo más mínimo la que ya era junto con Desayuno en Tiffany’s una obra dotada del aroma de los sueños modernos, sino que su vida se hizo, prácticamente, inviable.

Las mieses que le representaron el gran éxito comercial de A sangre fría y el elogio de la crítica destinada al gran público lo impulsaron en la dirección de una empresa que ya no podía enfrentar: la composición de la gran novela de las miserias, intrigas y escándalos ocultos del jet set norteamericano. Rumores que se esparcieron por todo Manhattan y que Capote atesoró como las joyas que fascinaban a sus aristocráticas marionetas. Escribir esta novela, que Capote en ocasiones comparó con En busca del tiempo perdido de Proust, le valdría el reconocimiento unánime de la elite intelectual, que le había sido esquivo hasta entonces y acabaría por elevarlo de manera inobjetable hasta el status de uno de los grandes novelistas norteamericanos de la posguerra. ¿Esta consagración fue definitiva? Al menos no obtendría el Pullitzer (que jamás se le otorgaría y que sí recibiría su íntima amiga Nelle Harper Lee por su excepcional novela Matar a un ruiseñor). Esas luchas, juzgadas en retrospectiva, fueron en vano, ya que, de hecho, Capote es uno de los narradores esenciales del siglo XX. En vida fue demasiado controversial para que esto quedará establecido. Hoy se siguen aprendiendo buenas lecciones de escritura volviendo sobre sus textos.

Capote había comenzado su caída por un espiral descendente donde se proponía una pieza tan ambiciosa como imposible para las pocas fuerzas, literarias y existenciales sin más, que le restaban a fines de la década del 70. Fuerzas creadoras que no recuperó jamás después de su gran libro, ya que como afirmó con plena autoconciencia del punto de inflexión al que había arribado: «Nadie sabrá nunca lo que A sangre fría se llevó de mí. Creo que, en cierto modo acabó conmigo«. La relación con el asesino Perry Smith, que lindaba entre la manipulación y cierta atracción, fue devastadora para Truman. Desesperado por tener un final para su libro se queja en una carta a Sandy Campbell el 7 de febrero de 1965: “¡El tribunal supremo ha concedido otra prórroga! ¡Vaya país! ¡Vaya sistema judicial! No sabremos nada hasta marzo o abril«. Pocos días antes, el 24 de enero de 1965 parecía albergar otros sentimientos hacia los reos: «Querido Perry: acabo de saber que el tribunal ha desestimado la apelación. Me sabe muy mal. Pero recuerda: no es el primer contratiempo«. La cordura lo había abandonado o la hipocresía se había apoderado por completo de él. No lo sé. En cualquier caso, Capote sabía que bajo las reglas que se había impuesto para este nuevo trabajo el final no estaba en sus manos. La cruel dependencia respecto de la realidad parecía vivirla como una condena semejante a la de sus amigos. Perry Smith y Dick Hickock fueron, finalmente, ahorcados el 14 de abril de 1965 por el Estado de Kansas en una de sus penitenciarías. Truman Capote estuvo allí. Ya no necesitaba de otras voces que le contaran cómo es un crimen a sangre fría. Lo cierto es que a esta ejecución le siguió un vacilante sosiego en la vida del virtuoso Truman. A sangre fría se publicó. La imprenta no conoció el descanso. Miles y miles de ejemplares se vendieron sin ningún esfuerzo. Truman vio el amanecer de su gloria desde su distinguido piso de Park Avenue. Puedes ofrecer tus pies a la fama, pero cuida tu espalda.

Perry Smith y Richard Hickock, asesinos de los 6 integrantes de la familia Clutter

Como bien señala Gerard Clarke, el biógrafo definitivo de Capote: «En la vida de ciertas personas hay momentos que, considerados retrospectivamente, aparecen como líneas definitorias de un espectacular ascenso o de un espectacular declive. Desgraciadamente para Truman el día de la publicación de A sangre fría representó ambas cosas«. Fama y dinero, pero un modesto reconocimiento del estamento literario. Truman no podía más que sentirse plenamente humillado. Su triunfo, en estrictos términos literarios, parecía incompleto a ojos de los grandes hacedores del canon. Estas pequeñas ofensas lo hacían tambalear en la certeza, por demás indiscutible, de que era un gran escritor. Tanto estimaba su talento que cuando en 1968 su acérrimo rival, Norman Mailer, obtuvo todos los grandes premios que el establishment cultural norteamericano le pudo otorgar por su libro Los ejércitos de la noche, Capote no dudó en señalar que sería justo y honesto por parte de Mailer haber añadido en la portada de su libro «variaciones sobre un tema de Truman Capote». Hasta aquí el contexto de gloria, resentimiento y agridulce éxito que le reportó a Capote su obra más famosa. Truman sabía que debía empezar pronto un nuevo proyecto. Fue así que el 5 de enero de 1966 firmó con Random House el contrato para un próximo libro: Plegarias atendidas, cuya entrega, inicialmente, se pautó para el 1 de enero de 1968. Truman se proponía lograr la máxima calidad estética mediante un minucioso fresco de la alta sociedad de la costa este norteamericana.

El éxito editorial de A Sangre Fría

Pasarían el 66, 67, 68 y Capote no lograba encontrar para Plegarias atendidas una estructura que le resultara satisfactoria. Random House esperaría, en vano, por la obra definitiva de Capote, que se publicaría, inconclusa, en 1987. No obstante, Capote brindó lo que creyó eran algunos capítulos anticipatorios de su última gran novela, pero en verdad todo lo que empezó a conocerse en la revista Esquire a partir de 1976 es lo que finalmente terminaría siendo en su totalidad Plegarias atendidas. ¿Dónde estaba el resto de la obra de la que Capote les hablaba continuamente a amigos y a su editor, incluso con minuciosos detalles de las tramas? Algo aclara Truman en 1980 en el prefacio a Música para camaleones:

«Sí, dejé de trabajar en Plegarias atendidas en septiembre de 1977, un hecho que no tenía nada que ver con las reacciones que algunas partes del libro ya publicadas suscitaron en el público […] Para empezar, creo que la mayoría de los escritores, incluso los mejores, escribe de forma excesivamente elaborada. Yo prefiero quedarme corto. Sin embargo, mi impresión era que mi estilo se estaba haciendo demasiado denso. Volví a leer una y otra vez todo lo que ya estaba escrito de Plegarias atendidas, y empecé a tener dudas, no acerca del material o del enfoque, sino acerca de la misma textura de lo escrito. Releí A sangre fría y reaccioné del mismo modo: había demasiadas partes en las que no había escrito todo lo bien que podía hacerlo, en las que no me había entregado por completo«.

¿Capote creía que había ejecutado por casi cuarenta años una literatura lánguida, artificial y que, a la sazón, le resultaba sumamente imperfecta? No lo creo en lo más mínimo. «¿He escrito algo que valga la pena?» no es una pregunta que pudiera hacerse Truman Capote. Sin embargo, se la hizo hasta que ella cobró la forma de un feroz látigo, con el cual se dispuso a autoflagelarse sin compasión. Sus artimañas estaban destinadas a convencer al público, y convencerse a sí mismo, de que su talento estaba intacto. Escribió en una carta dirigida a los lectores de Interview, en abril de 1980, «Finalmente estoy acabando Plegarias atendidas«. ¿Qué veracidad tenían estas declaraciones? Nunca lo sabremos.

Plegarias atendidas es un libro valioso, pero mucho más lo es para mí Música para camaleones. En él como pieza de non-fiction podrán encontrar el maravilloso y extenso relato: «Ataúdes tallados a mano» que poco tiene que envidiarle a A sangre fría. No me puedo detener en su comentario, pero espero que prometan que si no lo han leído, lo harán. Es de los mejores textos de Capote.

También podrán encontrar una sección dedicada a “Conversaciones y Retratos” donde destaca “Un día de trabajo”, la historia de Mary Sánchez, una mucama por horas que, con la compañía de Capote, recorre las deshabitadas casas que limpia a lo largo y ancho de Nueva York. Comparto con ustedes una pequeña descripción de Mary Sánchez, exquisita y precisa, como solo el mejor Capote era capaz de urdir:

“Mary Sánchez es fuerte, pero tiene una cara redonda, pálida y suave, con una nariz algo respingona y un bonito lunar en la mejilla izquierda. No le gusta el término «negro», aplicado en forma racial. «Yo no soy negra. Soy castaña. Una mujer de color castaño claro. Y le diré algo más. No conozco a mucha otra gente de color que les guste que les llamen negros. Quizás a algunos jóvenes. Y a esos radicales. Pero no a gente de mi edad, ni aun a los que tienen la mitad de mis años. Ni a la gente que son negros de verdad les gusta»«

Finalizo con la única carta en la que Truman Capote se refiere a Oscar Wilde, más concretamente a su correspondencia. Le escribe a Newton Arvin el 15 de octubre de 1962: “¿Has leído el fantástico volumen de las cartas de Oscar Wilde? Ni te puedo describir lo fascinantes que me han parecido. Pobre hombre, no ganó para disgustos, no se libró de nada. De nada«. Es curioso que Truman tuviese una visión más benevolente de sí mismo que la que tenía de Wilde, aunque para 1962, aún inmerso en la tragedia de encontrarse en plena escritura de A sangre fría, todavía no se había encontrado cara a cara con la autodestrucción de sus últimos años. Estriba una gran diferencia, y no de talento precisamente entre Wilde y Capote, sino de coraje. Wilde afronta su humillación pública y el dolor por el amor de una manera brillante e íntegra, lo que nos ha dejado ese texto inmortal que es De profundis. Truman, en cambio, optó por no escribir la versión de sus últimas calamidades, que acaso fueran las de siempre, ya que los demonios que nos acompañan difícilmente se modifiquen más allá de la infancia. Eso Truman lo sabía muy bien, pero prefirió para sus últimas páginas tratar de narrar un mundo superficial, donde el dolor y el sufrimiento muy improbablemente sean comprendidos y valorados como un hecho estético. Truman Persons trabajó toda su vida para dotar de importancia a Truman Capote, pero siempre acechado por la frase de Santa Teresa de Jesús, que al cabo de los años se ha convertido en su simbólico epitafio: “Se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las no atendidas».

Capote en el cine

PS: Hay excelentes películas que retratan la personalidad carismática y conflictiva, así como el talento desbordante de Truman Capote. La más célebre, por la calidad de la interpretación, es “Capote” (2005), con Philip Seymour Hoffman en el papel del autor de “A sangre fría”. Más recientemente, y estamos a la espera de que el audiovisual se difunda más ampliamente, se ha dado a conocer el documental “The Capotes tapes”(2019).

Más lejana en el tiempo pueden ver “A Sangre Fría” (1967), película que adapta la novela homónima.

Tráiler de “The Capotes tapes”

https://www.tomatazos.com/videos/661851/The-Capote-Tapes-Trailer-oficial-subtitulado

Tráiler de “Capote” (en inglés)

“A Sangre Fría” (en inglés con subtítulos en español)

https://ok.ru/video/2108230404775