El fin de semana tuvo lugar en Colombia un ballotage que definió la presidencia entre dos candidatos. El resultado favoreció a Gustavo Petro que de esta forma se convierte en el primer presidente que no proviene del conservadurismo, después de 214 años. Su movimiento representa a las identidades LGTBIQ+, las personas con discapacidad, las diferentes etnias y culturas, las personas preocupadas por el daño ambiental y a quienes buscan otras respuestas. Con esa diversidad, parece, es que Petro ha logrado ganarle al candidato de mayor poder, Rodolfo Hernández.

El triunfo a favor de Petro fue por tres puntos: 50,4% en una elección que tuvo la mayor participación desde 1994, un 58% del padrón. El contundente triunfo quedó claro con la primera frase del discurso que Petro brindó desde el escenario ya como presidente electo: “Este día indudablemente es histórico para Colombia, para Latinoamérica, para el mundo, una historia nueva porque lo que ha ocurrido hoy es un cambio, un cambio real”.

En un país como Colombia atravesado por la violencia estatal y paraestatal vinculadas al narcotráfico, el discurso de Petro tuvo alto significado al apelar a la paz integral, a conformar un gobierno que pueda darle al país un proceso que culmine en la paz tan buscada.

A la vez la derrota de Rodolfo Hernández significa la derrota del neoliberalismo, una ideología difundida desde los Estads Unidos y que exigía que el Estado deje de regular la vida económica, disminuya la ayuda social y por último que no cobre aranceles a las exportaciones de productos que no se fabrican en el país y provienen de los grandes centros mundiales de producción. Colombia era un centro paradigmático de estas políticas, la mejor imagen de ellas es el expresidente Álvaro Uribe.

La compleja problemática de Colombia, que incluye la violencia política, explica porqué el presidente electo se refirió una vez y otra a los jóvenes. Dirigiéndose a los fiscales del Estado les pidió que liberen a los jóvenes de las cárceles. Así es que las cárceles del país están llenas de jóvenes producto del deterioro social, el progreso de organizaciones paraestatales y la acción del crimen organizado.

De seguro se abre para ese país una esperanza cierta, concreta, de cambio, una palabra bastardeada que en Colombia significó mucho: cambiar lo que hace 214 años nadie había podido.