Claudio Jonas nos invita a reflexionar sobre el tratamiento que socialmente damos a los embarazos adolescentes. Especialmente en el ámbito escolar, donde tal suceso es considerado como indeseable.
Para el psicoanalista y escritor, el embarazo adolescente puede ser un buen momento para educarnos sexualmente en los contextos escolares. ¿Por qué la escuela no lo hace? ¿Surten efecto las omisiones, las denuncias y los castigos? ¿Estamos previniendo?
La sexualidad concurre a clases siempre, aunque le nieguen la entrada
En primer lugar cabría aclarar que la decisión de continuar un embarazo no buscado, es siempre una opción de enorme importancia. Más aún si se la toma en plena adolescencia y en el marco de la escolaridad.
¿Por qué remarcar la edad y el contexto? Porque los prejuicios que sustentan la moral y las buenas costumbres temen que “los malos ejemplos” cundan. Si así no fuera bien podría organizarse un festejo, con la misma intensidad, convocatoria y despliegue afectivo, que la que se dilapida para negar una realidad posible y probable en la escuela secundaria.
Ya que se trata de un acontecimiento trascendente en la vida de las personas, para el cual, la naturaleza no nos capacita ¡qué mejor lugar para aprender sobre sexualidad y crianza que la propia escuela!
¡Que magnifica oportunidad para poner las materias al servicio de un eje transversal fundamental! Para los alumnos, los docentes, los gabinetes psicopedagógicos, los padres, los centros de salud psicofísica de la comunidad, etc. ¿O todavía hay quien cree fehacientemente que la escuela capacita para la vida cuando apuesta solamente a la capacitación para el mercado laboral?
La comunidad educativa yerra, fracasa y sufre, cuando redunda en una obsesiva repetición de contenidos que se alejan, cada vez más, de la realidad histórica que la rodea. ¿Qué tal si a partir de un embarazo se pusieran en tela de juicio, conceptos y valores actuales y pasados?
Por ejemplo: cuán cierto es que la maternidad responsable es proporcional a la mayoría de edad; o que el hecho de ser un padre consciente de sus responsabilidades es sinónimo de ser proveedor económico; o bien que la maternidad será deficiente si las madres adolescentes (o adultas) -además de aportar y disfrutar lo que sus hijos requieren- ansían compartir con su grupo etario lo que estos viven.
La práctica tradicional de negar y repudiar la sexualidad infantil y juvenil, lleva siglos fracasando en sus pretensiones de enmarcar la sexualidad en el contexto de la familia y con fines solamente reproductivos. Al mismo tiempo que apuesta a desalentar lasperversiones, y supone proteger a niños y jóvenes escabullendo información cierta y adecuada. ¿Los resultados? Brillan por su ausencia.
La lógica más elemental, tanto como la investigación desprejuiciada nos habilita a afirmar que:
a) el mejor y mayor de los cuidados es aquel que ejerce el propio interesado;
b) es imposible cuidarse de lo que se desconoce;
c) la sexualidad -desde la infancia en adelante- es un fenómeno cuya fuente principal esta en la propia naturaleza de las personas y no en los estímulos exteriores;
d) existe aún para quienes no quieran practicarla;
e) son los obstáculos -infinitos e irracionales-, la coartación sistemática y los castigos de cualquier índole, los que llevan a metas anormales, no el conocimiento veraz y la exploración acorde a la edad;
f) la potestad familiar para decidir cómo, cuándo y cuánto info
rmar, es un cheque en blanco extendido a un portador, que no suele estar capacitado para ejercerla beneficiosamente;
g) hacer caso omiso de los conocimientos más recientes, no favorece la convivencia social ni la salud mental, sino que dañan a ambas.
Cuanto estemos verdaderamente dispuestos a prevenir, tanto los embarazos precoces como los abusos sexuales a mujeres y menores, cifraremos menos esperanzas en los efectos de las omisiones, las denuncias y los castigos, y orientaremos decididamente los recursos preventivos hacia donde están las causas y no los efectos.
*Claudio Jonas es médico psicoanalista y asesor pedagógico. Es ex-docente universitario de grado y postgrado en Medicina (UBA), Psicología (UBA y UCES). Es autor, entre otros, de “Hay límites que matan”. Ha participado en medios gráficos, televisivos y radiales, se destacan sus colaboraciones para Página12. Como asesor pedagógico intervino en instituciones de salud mental y en más de 50 escuelas públicas y privadas, entre ellas de Chacabuco
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