El femicidio de Gabriela es otro asesinato producto de la banalización de la violencia de género. Usualmente lo que se cree es que nunca sucederá, porque… ¿quién podría llegar tan lejos para asesinar a su (ex) pareja dejando hijos y toda una vida detrás?
Gabriela Scalise tenía 42 años, era médica radióloga, y desarrollaba su labor en el ámbito público y en el privado. Mantuvo una relación de aproximadamente dos años con un vecino oriundo de Junín, Adrián Cipolla, de 44 años, dedicado a la compra y venta de automóviles. Un hombre robusto, entrenado y prolijo.
La relación llegó a formalizarse con la familia, pero luego Gabriela la había abandonado, según explicaron a La Posta diversas fuentes, cuando comenzó a percibir mentiras y extraños comportamientos, principalmente por el alerta de sus amigos y entorno. Desde allí todo fue miedo.
Cipolla se dedicó a realizar una tarea sistemática para llevar a Gabriela al borde de la locura. Según narraron desde el entorno familiar, las medidas de seguridad que adoptaba eran intensas.
Entre los detalles sobresale que el autor seguía su ubicación y todo el tiempo conocía su paradero. Había llegado a hackearle las cuentas de Facebook o crear perfiles falsos en su nombre, por lo que Gabriela en su cuenta social debió, el 1 de mayo pasado, poner un cartel como portada que decía «Este es mi verdadero perfil, los otros no son míos, los hicieron para dañar».
Otra revelación que confirmaron varias fuentes es un hecho sucedido con un gato siamés de Gabriela, que amaba y buscó intensamente por un año como perdido, hasta que el propio agresor le reveló que él mismo lo había matado.
En los últimas semanas la violencia aumentó, entre las amenazas que le prodigaba una de ellas había sido clara, prácticamente anunciaba lo que finalmente hizo.
Desde su propio entorno veían que Adrián tenía comportamientos extraños y mentía severamente, por lo que comenzaron las averiguaciones entre colegas de Junín. Así los amigos y compañeros comprobaron diversos hechos complejos de la historia de vida de Cipolla.
El desenlace sucedió fuera de su propia casa, donde había instalado cámaras de seguridad. La abordó al salir de su domicilio ubicado en Dean Funes 432, entre Quintana y Pellegrini. Allí la golpeó en la cabeza produciéndole un severo traumatismo, para después dispararle varias veces a quemarropa. Acto seguido se dio a la fuga tranquilamente mientras el barrio asistía a Gabriela, tendida en la vereda.
Ni la policía, ni los médicos que llegaron después pudieron salvarle la vida. Como dice un gran psicólogo «la policía llega tarde» en los casos de violencia de género.
El hecho habría sido totalmente premeditado, ya que dejó cartas para sus hijos. Una vez cometido el ataque, Cipolla se dirigió a las afueras de la ciudad y terminó con su vida de un disparo en la cabeza. Personal policial lo halló sin vida abordo de su auto en inmediaciones del Río Salado a las 23.00 horas.
Tristemente, la creencia que no iba a suceder se cobra una nueva víctima, que pasa a engrosar las listas de femicidios.