Puntual. A las 4.06 de la madrugada en el recinto de la Cámara de Senadores la voz de su presidenta, la vicepresidenta de la Nación Cristina Kirchner, dio por terminada la ronda de 52 oradores, pasando así a la votación del proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo.

Comenzó el proceso de votación, el secretario legislativo corroboró la emisión de los votos, y unos segundos después se mostró en la pantalla lo esperado: se convertía en ley el derecho a interrumpir el embarazo. En esa misma pantalla donde durante 2018 el resultado echó por tierra una iniciativa similar.

Con 38 votos positivos, 29 negativos, una abstención y cuatro ausencias se puso fin no solo a la discusión sobre el aborto, sino también se selló toda posibilidad que sugiriera una aprobación por una diferencia mínima, como resaltaron en los días previos los medios de comunicación nacionales.

La amplia diferencia de 9 votos significa además un triunfo del Estado. No solo porque es el punto final para las muertes y otros problemas de salud derivados de los abortos clandestinos. Ni porque ahora las mujeres y personas con otras identidades de género con capacidad de gestar podrán decidir verdaderamente sobre su cuerpo, completamente. Ni porque se desarma más todavía el discurso patriarcal que va quedando acorralado.

Sino precisamente porque es el Estado el que se hizo cargo: el presidente Alberto Fernández enviando el proyecto como había prometido en su campaña, y los diputados y senadores que sancionaron con sus votos la ley haciendo prevalecer la lógica e ingresando de esta manera a la historia Argentina, así con mayúscula.

Pero lo que no hay que olvidar es que para que esto sucediera murieron muchas mujeres y otras pelearon muchos años contra la incomprensión, la soledad, la burla y el descrédito.

Y solo porque no se rindieron la marea fue creciendo, y creció tanto que hasta conquistó a una parte de los hombres. Fueron dando argumentos para que quienes tienen dinero pudieran entender qué pasaba con aquellas mujeres que provenían de clases marginadas. Movilizaron a las sociedades del interior provincial que la política desmerece. En Chacabuco, en Junín, en General Viamonte, en localidades olvidadas por el Estado (pero no por los femicidios ni los abortos clandestinos) hubo banderas, movilizaciones, movidas culturales.

Es decir, se hizo posible lo que parecía imposible. En tiempos de fake news, de pandemia, de terraplanismo, de antivacunas ¿No es muestra también de la fuerza de las ideas? ¿Nos invita a creer que todos los males que persisten podemos combatirlos? ¿Qué respuesta deberíamos dar a quienes día a día nos quieren hacer descreer de la democracia?

Ahora que es ley, parece difícil creer que esta democracia verde surgida desde el corazón de las mujeres en tiempos difíciles se vaya a dormir porque esté cansada. De seguro aparecerán nuevos horizontes para una sociedad cansada que le digan «No es posible».