I.

Argentina es un país, a pesar de todo, con buena suerte: con los años, hemos podido acuñar un concepto político totalmente nuestro para definir a uno de los sujetos políticos más importantes, incluso, a escala mundial: el «Gorila«.

En marzo de la mitad de la década del ‘50 -seis meses antes del golpe de Estado propinado por la parte preponderante del ejército, y sectores políticos y civiles contra el gobierno de Juan Domingo Perón-, el humorista y guionista Aldo Cammarota lanzó el término sin saber que estaba creando algo histórico. En términos reales, quien lo puso en palabras fue el chivilcoyano Délfor Discásolo, conductor del programa radial La Revista Dislocada.

En aquel sketch, un científico sumamente temeroso por los ruidos de la selva, repetía a cada momento: «¡Deben ser los gorilas, deben ser!», y el término no tardó en propagarse entre el peronismo para denominar a la oposición reaccionaria. Aunque también, en la vereda de enfrente: los antiperonistas, y luego, los militares golpistas. Algunos años después, en 1963, el concepto llegó hasta los labios de Fidel Castro:

  • «¿Y qué van a hacer los imperialistas? Se cocinan en su propia salsa y los gorilas toman el poder, claro que apoyados por los gorilas de Estados Unidos, porque en Estados Unidos hay también gorilas civiles y gorilas militares; los gorilas del Pentágono apoyan los gobiernos de gorilas con uniforme militar, y los gorilas del Departamento de Estado promueven gobiernos de gorilas vestidos de civiles, y tienen allí adentro sus contradicciones, y esas contradicciones se manifiestan en los países de América Latina».

El Gorila, entonces, ya había trascendido el ámbito nacional y pegó rápidamente el salto al mundo.

II.

Con el correr de los años, el término fue modificándose y ampliándose en sus usos, aunque ya fueron cada vez menos quienes orgullosamente exhibían el mote. Con el retorno democrático de 1983, ya no estaba bien ser «gorila» y hasta los gorilas más profundos juraban y rejuraban no serlo. De algún modo, lo peyorativo que se convirtió a lo reaccionario y lo ultraconservador hacía esquivar esas balas, a pesar de que sus mecanismos seguían funcionando de manera más silenciosa.

En los últimos tiempos, el desarrollo del «Gorila» fue claro, y trasciende únicamente al antiperonismo, para cubrir también las variedades de las derechas, con sus tintes de señalamiento a la xenofobia, al egoísmo, al individualismo. El «Gorila» moderno no piensa nada más que en su propio bienestar, sin importarle el bienestar social, colectivo. El término resucitó y se popularizó incluso más que en el siglo XX, y también resucitaron los gorilas orgullosos. Estos tiempos, seguramente, registren el pico más alto de gorilas orgullosos e incluso autodenominados. El fenómeno del crecimiento exponencial de gorilas, sin embargo, no sólo es nacional: se ha dado a lo largo y lo ancho del mundo.

Mauricio Macri en Argentina y Jair Bolsonaro en Brasil, presidentes electos por sus respectivos países, son los dos grandes botones de muestra de este crecimiento en América Latina, aunque no sólo son estos casos los que encontraremos si ampliamos la visión.

III.

En Europa, los movimientos de la derecha más conservadora -lo que aquí, en esta licencia por entender el fenómeno y hasta con algún tinte humorístico llamaremos «gorilas» y allí el regreso del fascismo- se han vuelto cada vez más elegidos entre la población.

En Dinamarca con un 21%, en Suiza con un 29%, en Polonia con un 37,6%, en Francia con un 21%, en Austria con un 26%, en Alemania con un 12%, en Italia con un 17%. Podemos extender aún más esta lista, pero está clara la dirección a la que atina el dato.

Los movimientos que en el pasado llegaban al poder por golpes de estado, de manera ilegal, que realizaban prácticas ilegales, ahora son partidos políticos conformados, con representaciones ejecutivas y legislativas electas. Esa espiral del silencio, de la que hablaba Alcira Argumedo, en la que tanto tiempo estuvieron encerrados los gorilas del mundo, se rompió. La falta de sensibilidad y deseo de bienestar social se ha popularizado y no, justamente, entre los seguidores de los «populismos», sino más bien, todo lo contrario.

IV.

El Otro es alguien que no me interpela si mi propio bienestar y confort está a salvo, y no interactúo con él salvo que crea que pone en riesgo mis propiedades materiales y simbólicas. Ahí, es cuando el nuevo gorila, o el fascista que está pariendo el siglo XXI, ingresa al círculo político reclamando prevención y controles que impondrían un estado de sitio. Cuando todo eso llega tarde, entonces, el reclamo de este nuevo sujeto político, es el castigo. El castigo violento, el castigo sin piedad. El nuevo sujeto, el fascista cotidiano, no busca justicia, sino venganza, y esto es el signo más marcado de su renacimiento.

El sociólogo polaco Zygmunt Bauman describe al nuevo escenario social como de «ceguera moral». Entre varios factores, pero sin dudas como el más grande los medios hegemónicos de comunicación, han trabajado arduamente para que las poblaciones pierdan sensibilidad y cotidianicen el dolor del otro. Bombardeos violentos de violencia, la toma de casos particulares como la generalidad, la muerte, la tortura… todo, a través de una pantalla. El mensaje es simple: eso pasa ahí afuera, y te puede pasar a vos si no hacés algo por detenerlo. Y ahí, aparece el grito del gorila, cuya sensibilidad se ve tan limitada que no tiene ningún tipo de reacción más que ignorar la desgracia y la tragedia del otro.

  • Dice Jesús Montero Tirado: «La posmodernidad depuso a la diosa razón e instaló al sentimiento y el placer en su trono, alimentados por el consumo. La hipermodernidad está acelerando el consumo hasta el hiperconsumo, que ya ha superado la simple adquisición del consumo material, moviendo a la sociedad actual en búsqueda, a veces compulsiva, del consumo de emociones (…) La ética se ha debilitado tanto, que estamos ciegos y ni la vemos ni la echamos de menos, prescindimos de ella. Las normas del deber nos resultan rígidas, la virtud es cosa del pasado, lo que importa es el placer personal vivido en el individualismo excluyente, tan exclusivo que no se interesa ni asume responsabilidad ni compromiso ni siquiera con la pareja en la experiencia del amor».

V.

El escenario, entonces, es claro: el crecimiento de este nuevo sujeto político, conservador, con raíces fascistas pero que también incluye a liberales -el gorila-, se da a partir de ese crecimiento del egoísmo y el individualismo, fomentado, en su gran mayoría, por la industria mediática. La amenaza de su propio ser -o de su existencia física- y un posible sufrimiento nos provoca tanto temor que no dejamos nada para la compasión y el dolor del otro. Del prójimo dirán las religiones, del pueblo, dirán algunos espacios políticos. El otro, sin más, ni menos. El por qué, entonces, es ahora claramente identificable. Lo que es difícil de determinar es cómo lograr el desapego en ese crecimiento.

La batalla ante este aumento masivo del gorila como representante político no es nada fácil: una maquinaria inimaginablemente grande mueve los hilos por detrás inclinando la balanza a favor de muchos -y propios- intereses. Para eso, necesita a una población confundida, en lo posible mayoritaria que defienda intereses que nada tienen que ver con los propios. Claro, que si fueran realmente sus intereses, esos pequeños grupos concentrados de poder no serían tales. Más allá de batallas electorales, que por supuesto hay que ganar para revertir en una posición más consolidada esta situación, lo que se debe emprender, sin dudas, es una guerra de conciencias. O mejor dicho, ganar la guerra de conciencias que constantemente está siendo librada. Esa victoria permitiría jugar con otras cartas en pos de un país, o un mundo que destaque por la justicia social.

Por el momento, la guerra de las conciencias, el sentido común, ha sido cooptado por el sector de históricos gorilas que se empeña por sumar masas a sus filas que les garantice su ganancia e impunidad. El alimento número uno del gorila, como sujeto político, es el miedo y la desinformación. Sin entender ese proceso ni pensar cómo persuadir esas conciencias, el futuro de los espacios populares están librados únicamente al tamaño del bolsillo de muchos de esos gorilas, lo cual nos puede traer victorias y tragedias cada cuatro años.

(Cuadros y dibujos: Daniel Santoro – www.danielsantoro.com.ar)