(Foto: portada libro de MELLI, O. Anecdotario Chacabuquense…)

El partido de Chacabuco se creó por decreto en 1864. Pero recién el 5 de agosto de 1865 se dispuso la orden de fundar su localidad cabecera «Guardia Nacional«. La fundación iba a ser un largo proceso que demoró en concretarse por las diversas cuestiones políticas y administrativas. Afectando principalmente la edificación pública. Un paso decidido fue la designación del juez de paz que recayó en el francés acriollado Francisco Duberty, juez de paz en San Andrés de Giles. El paso siguiente fue la constitución de una comisión que debía establecer el punto donde iba a diagramarse el pueblo Guardia Nacional, es decir, la comisión debía dar cumplimiento al decreto del 5 de agosto.

El 5 de febrero de 1866, una comisión de hombres encabezada por Duberty y el agrimensor Justiniano Lynch anduvieron bajo el sol buscando el punto que el Departamento Topográfico de la provincia había señalado como centro de la futura población. Mala suerte. El punto que en un escritorio de la capital habían marcado con toda precisión vino a caer en una cañada, nos dice el profesor Oscar Melli. La cañada es un accidente geográfico muy propio de nuestra zona, una depresión que reúne agua y constituye un rico ecosistema alimentado por las lluvias.

«Al cabo de varios reconocimientos, pudo darse con el lugar adecuado, a una distancia de seiscientos setenta metros, al Sudeste de la primera señal, y en ese punto, elegido para centro de la plaza, se clavó un rústico y humilde mojón de ñandubay«, relata Melli. Hoy podríamos decir que la idea de las «estacas de ñandubay» parece extraña y no hay ninguna explicación convincente acerca de cómo podrían haber llegado aquí «estacas» de un árbol ajeno a las pampas.

Por esas épocas la guerra del Paraguay (1865-1870) lo demoraba y explicaba todo: los gobiernos de Mitre y Sarmiento dedicaron los recursos de esos años a destruir, junto con Brasil y Uruguay, a la república del Paraguay que era potencia en sudamérica y contaba con adelantos tecnológicos únicos. La guerra terminó de manera desastrosa para Paraguay primero y para los pobres soldados argentinos que nunca olvidaron la sangre de los niños paraguayos derramada en la batalla de Acosta Ñu.

Pasaron varias fechas hasta que el trazado de Guardia Nacional se concretó y efectivamente pudiéramos tener la fundación. Mientras tanto, por falta de edificios y recursos, la precaria administración pública se realizó desde la estancia «La Criolla» que perteneció a Duberty.

Pobladores y poblamiento

Como explicamos en otra oportunidad, las tierras de Chacabuco iban a ser el «premio» para los guardias nacionales que volvieran de la Guerra del Paraguay. Pero los campos, las ricas tierras del partido de Chacabuco tenían dueños antes de su creación. La enajenación de tierras es un largo e intrincado proceso en el que la propiedad no era ejercida efectivamente, y en muchos casos nunca pusieron un pie en estas pampas. Se presentó estas tierras como un «desierto», cuando en realidad la zona tenía sus propios pobladores. Familias, de labriegos y de gauchos, o espacios de pueblos originarios.

Esto lo sabemos por varias fuentes. La primera es el famoso desalojo del campo «recién adquirido» por Patricio Lynch. Ese desalojo fue violento, los pobladores (hombres y mujeres aquerenciados en la zona) opusieron resistencia y todo hace suponer que la partida del ejército que «ayudó» a Lynch a «tomar posesión» del campo no las tuvo fácil. A este episodio se suman otros.

Nuevas muestras de cómo se trató a quienes formaron parte de aquella población primigenia hallamos en todos los textos del profesor Melli, un historiador comprometido con las personas simples y las historias anónimas. También estas historias nos informan de cómo las autoridades manejaban la cosa pública. Veremos que los primeros años de Chacabuco no fueron los de una «aldea feliz».

¿Demente?

Juan de Dios Cuevas era un pardo asentado en estas zonas y dedicado a las tareas agrícolas y ganaderas, que por entonces demandaban gran esfuerzo con escasa tecnología. Le arrendaba campos a don Pedro Rodríguez. El arriendo fue un sistema por el cual un propietario podía explotar económicamente grandes porciones de campo, es decir, dividiendo la gran propiedad en parcelas menores. Esto terminó en un sistema injusto que perjudicaba a los trabajadores.

Pero «la paz conyugal no reinaba en su hogar» y terminó en que Juan de Dios expulsó a su compañera, escribe el profesor Melli en Esbozos Biográficos y Anecdotario Chacabuquense. Corría 1868 y el ámbito del partido era totalmente rural. Las tareas de juez de paz habían sido «tomadas» por Celedonio Sosa luego de una sublevación que lo propuso como nuevo juez.

En ese contexto, la mujer de Juan de Dios fue protegida por Sosa quien resolvió alejar del hogar «al que consideraba indeseable vecino». A poco de «asumir» en la función, Sosa mandó a internar al que consideró «demente» procedimiento que cumplió la jefatura policial. El jefe policial a su vez solicitó un examen médico que se le encargó al doctor Manuel Blancas.

La detención de Juan de Dios fue totalmente agresiva, cuenta Melli que indagó los archivos policiales. El médico estableció que el hombre tenía hábitos y comportamientos normales, no halló nada, pero tuvo una sospecha que consignó en el expediente que nos llega a nosotros. Blancas dijo «no comprender las razones que habían tenido las autoridades de Chacabuco al ordenar su prisión».

Melli apoyó esa sospecha consciente que era un procedimiento atípico para la época: «solo queda la peligrosa vía de la conjetura: cuentas pendientes con las autoridades; influencias movidas por la despechada mujer; falta de cárcel segura en Chacabuco… Como quiera que sea, Juan de Dios recorrió su ‘vía crucis’ con el sambenito de una demencia que estaba muy lejos de padecer«.

La parcela fundadora

Cuando las tareas de trazado del pueblo Guardia Nacional comenzaron, el hombre a cargo fue Justiniano Lynch, hijo de Patricio Lynch el comprador «reciente» y que ya había tenido actuación en esta zona demarcando campos entre los años 1862 y 1863. Ahora estamos en 1866. El 5 de febrero la comisión encabezada por Duberty acompaña a Lynch en la búsqueda del punto que sería el centro del nuevo pueblo, Guardia Nacional.

En los meses subsiguientes se dedicó a la delineación de la planta urbana, manzanas, quintas y chacras. Esa delineación se habría realizado con estacas y postes de sauces por falta de mojones. De allí podría provenir la idea que en algún momento Guardia Nacional (verdadero nombre de Chacabuco) se lo llamó «Las estacas». Sin embargo no existe ninguna evidencia de ese nombre, y mucho menos que esas estacas hayan sido de ñandubay, que para llegar aquí debían haber recorrido un camino de miles de kilómetros.

En esa tarea asistió al señor Lynch un hombre simple, dedicado al cultivo de la tierra. Oriundo de Alta Italia y que llegó a estas tierras luego de presatar servicio obligatorio en el ejército como cocinero, nos cuenta el profesor Melli. Se trata de don Esteban Bonini, quien al comenzar la venta de lotes de Guardia Nacional compró la primera quinta, en 1878. A esa se la llamó «La parcela fundadora», identificada con el número 392.

En ella se afincó la familia Bonini que al día de hoy todavía la conserva, así como conserva don Santos Bonini la memoria de cómo se dieron aquellos hechos. En esa quinta todavía se conserva el álamo carolina que plantó don Esteban y que tiene tantos años como la fundación de Chacabuco.

Don Esteban, conocido como «El Capataz» adquirió un gran concimiento de frutales y otras especies que cultivó y transmitió a las siguientes generaciones. Una sabiduría que se refleja en los ojos de Santos, gran amigo del profesor Melli, que en algunas tardes entre las plantas me elogia con una reflexión: «Tu padre plantó un árbol, jugaste con él, te refugiaste del calor con su sombra, comiste su fruto, te vio crecer ¿y ahora lo quieres sacar?».

«Cuando voy para Chacabuco»

Por esos hombres y mujeres escribió Melli, para hacer recordar que su existencia en estas tierras fue decisiva y hacerles hablar desde el fondo del tiempo. Es que hubo, además de ilustres, hombres buenos que tienen su himno de Chacabuco en una canción, Chacarera del hombre bueno de Martín Espindola.

Por David Chiecchio

Profesor en Historia (ISP Joaquin V. González)

davidchecho@gmail.com