Juguetes y mensajes

Por Roberto Samar*

Se acerca el Día del Niño –y la niña–, fecha en la que nuestros hijos e hijas son bombardeados por mensajes publicitarios.

En la televisión, las redes digitales, las revistas y folletos encontraremos un mensaje común: ser feliz es acceder a determinados objetos de consumo.

Estamos atravesados permanente por un discurso consumista que asocia la felicidad a poseer objetos. Pero esto también implica un mensaje violento para quienes no pueden acceder a ellos.

Como sostiene el sociólogo y filósofo Zygmunt Bauman, «la sociedad contemporánea integra a sus miembros, fundamentalmente, como consumidores. Para ser reconocidos, hay que responder a las tentaciones del mercado«.

Sin embargo, el discurso consumista no es el único mensaje que recibimos y reproducimos acríticamente.

En las publicidades y en los regalos que adquirimos les enseñamos muchas cosas a nuestros niños y niñas. Los juegos y los juguetes están cargados de ideologías, de formas de ver el mundo, invitan a proyectar determinado futuro posible.

En ese sentido, la industria del entretenimiento fortalece determinadas formas de ver el mundo y de pensarnos. ¿Qué le enseñás a tu hija cuando le regalás una cocina, una planchita o un bebote? Le estás proponiendo un juego que implica la proyección de un rol en el futuro. Su responsabilidad será hacerse cargo de los trabajos de cuidado en el hogar. Estos discursos legitiman la inequidad en las relaciones entre varones y mujeres. Según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censo (Indec) el 76,4 % del tiempo total dedicado al trabajo doméstico no remunerado lo realizan las mujeres.

El Inadi sostiene que hay «una profunda división de tareas entre varones y mujeres según principios antagónicos: la esfera pública (masculina) centrada en la vida pública, productiva y económica y la esfera privada y doméstica (femenina), que está focalizada en el hogar y relacionada directamente con las necesidades de las personas que la habitan, basada en lazos afectivos y desprovista de cualquier idea de participación social, política o productiva. Esta distribución jerárquica e inequitativa de las tareas de producción y las tareas de cuidado se constituye en uno de los principales ejes de inequidad social entre varones y mujeres en la mayoría de las sociedades».

Pero no sólo les transmitimos la responsabilidad de las tareas de cuidado a nuestras hijas. Los cuerpos de las muñecas reflejan un modelo de belleza excluyente que no responde a nuestra realidad. Con las muñecas les proponemos que ser bellas es ser una “princesa” delicada, alta, rubia, de ojos claros y extremadamente delgada. A la mayoría de las producciones de la industria del entretenimiento lejos le quedan los modelos de mujeres luchadoras. ¿Qué le será más cómodo a esas niñas en el futuro? ¿Pensarse frágiles, delicadas y amas de casa o cuestionar los roles y estereotipos hegemónicos?

Por otro lado, ¿qué nos ofrecen cuando entramos a una juguetería y les pedimos que nos muestren un juguete para niños? Pelotas, autos, soldados, pistolas y superhéroes. Estos objetos también nos enseñan cosas: nos dicen que los varones estamos habilitados a lo público y a lo grupal, que ser varón es ser protector y que resolvemos los conflictos violentamente.

Lo cierto es que éstas no son las únicas representaciones posibles. Hay múltiples formas de ser varón o mujer. Quizás que un niño juegue con un bebé podría invitarlo a imaginar otro tipo de paternidad.

Los discursos hegemónicos nos atraviesan profundizando la inequidad, nos invitan a naturalizar un mundo consumista y estereotipado. Pero son producciones culturales que podemos deconstruir, problematizar y resignificar. Un mundo más igualitario es posible, podemos hacerlo: lo personal es político.

Roberto Samar es docente en comunicación social de la Universidad de Río Negro y periodista. Es autor, entre otros libros, de El medio es la violencia