Tienen los colmillos de oro. Las garras doradas. El corazón a tono. Son históricos. Los Leones dieron el gran golpe en los Juegos Olímpicos y se quedaron con la medalla más importante, esa por la que tanto pelearon Los Leones, pero que los hombres consiguieron. No se conformaron con ser semifinalistas por primera vez en la historia. Ni mucho menos con jugar la final. ¡La ganaron! Inolvidable torneo, inolvidable 4-2 sobre Bélgica para subirse a la cima del podio y al escalón más alto de la historia del hockey masculino. Tan alto que tocaron el cielo con las manos. Fiesta celeste y blanco en las tribunas. Fiesta dorada adentro de la cancha.
Llegaron casi sin hacer ruido, con una preparación tremenda, bancando el doble y triple turno. Porque «este equipo juega como entrena», decía el Chapa Retegui antes de viajar a Río. Y se notó: hicieron sufrir a los rivales de turno; victimas de Leones Hambrientos. No les importó que toque Alemania en las semis, el bicampeón olímpico. El ex campeón. Porque a ellos le metieron cinco y otros tres a los belgas. El campeón es Argentina. No hay dudas de eso.
Este equipo nunca bajó los brazos, ni cuando los resultados no aparecían en torneos previos, o cuando la temible Holanda le ganaba 3-1 en el debut de Río. Se lo empataron 3-3 para dar un aviso. A estos Leones hay que matarlos diez veces antes de que toquen el suelo. Se levantaron y siguieron. Llegó el 3-1 a Canadá, un tropiezo con India (2-1) para no volar antes de tiempo, un tremendo 4-4 con los alemanes y el 3-2 a Irlanda para clasificar como terceros de la zona. Es decir, seguían sin hacer demasiado ruido. Pacientes. Pasó España (2-1) en cuartos, Alemania (5-2) y Bélgica. No quedó nadie. Quedaron ellos, los dueños de la selva.
Equipazo por dónde se lo mire. Arquero seguro y experimentado como Vivaldi, para arrancar un mínimo análisis de atrás para adelante. Una defensa firme, compacta, casi impenetrable. Un mediocampo que lograba una transición justa para que la pelota le llegue a los picantes delanteros. Un córner corto letal. Letal, sí, con Gonzalo Peillat haciendo lo que más le gusta. Y un entrenador que se convirtió en el primero en dirigir dos finales olímpicas con selecciones argentinas (con las chicas en Londres) y también el primero en ganar una de ellas.
Es un equipo que no se cae ni siquiera si arranca perdiendo la final, como pasó con el gol de Cosyns a los tres minutos. Porque apareció Ibarra, vía córner, para empatarlo. Nacho Ortiz, con una linda definición cruzada, lo dio vuelta para cerrar el primer cuarto 2-1 arriba. En el segundo apareció Peillat, cuándo no, para meter una de sus arrastradas perfectas: 3-1. Los europeos descontaron, sacaron al arquero, y aprovechó Agustín Mazzilli para desatar la locura.
Deodoro fue la sede de un torneo que quedará siempre en la memoria de los argentino. Ya en el nombre del predio estaba lo que fueron a buscar Los Leones. De oro. La Generación dorada.
Fuente: Olé.