Reynaldo Bignone tenía 90 años y fue el último dictador de la historia argentina. Con su muerte se va el general que en 1983 convocó elecciones en el epílogo de un ya agónico régimen de facto, pero también el sanguinario que buscó borrar las huellas del terror de Estado y amnistiar a los culpables.

En el Hospital Militar Central de Buenos Aires, y por complicaciones de una intervención quirúrgica, Bignone, condenado a prisión perpetua, murió este miércoles y dejó atrás un largo historial de delitos de lesa humanidad cometidos durante el régimen que gobernó el país a lo largo de siete años de plomo.

Se demostró su responsabilidad en el robo de decenas de bebés a sus padres biológicos –detenidos y desaparecidos por la dictadura– y torturas, secuestros y homicidios de opositores.

Nacido en la ciudad bonaerense de Morón en 1928, ingresó como cadete del Colegio Militar de la Nación en 1944 y, tras diversos ascensos, en 1975, durante la Presidencia de Estela ‘Isabelita’ Martínez de Perón (1974-1976), fue nombrado director del Colegio Militar de Buenos Aires, donde se realizaron misiones ilegales.

Con el golpe militar que derrocó a la jefa de Estado en marzo de 1976 y la llegada al poder del general Jorge Rafael Videla, se inició la etapa más oscura del país, en la que Bignone asumió el cargo de delegado de la Junta Militar en el Ministerio de Bienestar Social.

Según los organismos de derechos humanos, hasta 1983, alrededor de 30.000 personas desaparecieron tras ser detenidas, secuestradas, torturadas y asesinadas por la dictadura. Además, unos 500 bebés nacidos en centros de detención fueron entregados por el régimen a familias ajenas.