Antes que nada, que continuar con estas palabras, debo pedir perdón. Perdón a Rodolfo Walsh, el escritor, el periodista, el militante, el que salvó a nuestra profesión de caer en la mediocridad, o peor aún, en la indefinición. Perdón porque desde el título lo parafraseo para tomar una posición, una disputa, una batalla cultural histórica. Este último viernes, Día del Periodista, fueron muchas las palabras, los saludos, las frases en medios y redes sociales respecto al trabajo, al periodismo, a la manera de hacerlo. En muchos de ellos, la objetividad fue la palabra central.
Un valor principal para el periodismo, la objetividad, dicen. Y esa es la sonrisa y el brindis de los grandes medios, los hegemónicos, los que mueven los hilos de las agendas informativas, no a nivel local, ni nacional, sino a nivel mundial. Y si se pudiera, serían corporativos y oligopólicos de manera interplanetaria. La objetividad, ese invento periodístico para justificar atrocidades, mentiras, intereses económicos desde la falsedad. La objetividad, amigos y amigas, no existe.
No voy a negar que me he encontrado en varias situaciones en donde, ya sea una persona, o un grupo, están criticando al periodismo. «No es por vos eh, pero estos son terribles hijos de puta», me dicen, y yo, asintiendo levemente con la cabeza, no lo puedo negar. Lo primero de lo que debe despojarse el periodismo es del corporativismo. No todos los periodistas son simples trabajadores ni todos apuntan a lo mismo. El debate de la responsabilidad, la verdad, las formas, debe estar siempre y sin miedos, ello no implica que se está traicionando a lo que se eligió para la vida. Por el contrario, es necesaria esa discusión para que el periodismo no sea el motivo de las chanzas y conversaciones como la que describí, y estoy seguro, todos los periodistas participaron alguna vez.
Por otro lado, el periodismo se debe y nos debe una fuerte tarea de sinceridad. Y allí radica el tema principal de esta reflexión dominical: la pelea es por la honestidad. Cuando desde el periodismo de grandes empresas se golpean el pecho, orgullosos, por su objetividad, pero todos los recortes, los enfoques, los análisis, las entrevistas, las críticas, van hacia un mismo lado, ¿qué es eso? Eso es subjetividad.
En el mejor de los casos, la subjetividad en el periodismo, como en cualquier otra actividad, es natural. Somos seres culturales, interpelados desde que nacemos por estímulos, pensamientos, ideologías, decisiones. Absolutamente nadie en este planeta puede escapar ni separarse por completo de eso. Por lo tanto, ante cada texto, ante cada entrevista, el periodista se enfrenta a todo lo que carga con él, y el resultado final está empapado de su propia historia, de sus propias ideas. En ese escenario, repito, el mejor, el de la subjetividad natural, el del pensamiento, el de la defensa de la ideología, el ejercicio de honestidad es ofrecerle al lector el lugar desde donde nos paramos. El lugar que se ve, se percibe, pero se esconde. ¿Cuál es el sentido de esconder nuestra propia historia? ¿No estamos faltando a la verdad, ocultando nuestra posición?
Creo que fuera de la discusión, de esta discusión necesaria, aquellos que además de hablar de objetividad practican la mentira por intereses económicos personales, empresariales, o corporativos. Lamentablemente, muchos de ellos inundan las páginas más conocidas, los horarios del prime time televisivo, y son, por lo general, los «representantes» de la profesión, de aquellas conversaciones que mencionaba en insisto en traer aquí. Con ellos, no hay nada que discutir. Sus intenciones no están puestas en la comunicación, ni en el periodismo, sino en las operaciones mediáticas, en el dinero, en el mal poder. Jamás se asumirán subjetivos porque su negocio es la mentira.
Del otro lado, en cambio, sin importar la idea, no hay negocio. Hay convicciones, pensamientos, y sobretodo, la honestidad de decir desde dónde nacen nuestras pero sobretodo, hacia donde van. Rodolfo Walsh decía que el periodismo será libre o es una farsa, y creo que la libertad pasa por poder decir quién, cómo y de dónde ejercemos el periodismo. Sin engaños, sin mentiras, con el debate y los argumentos como espada. Ese es el periodismo que nos salva. La farsa del periodismo, entonces, está en no asumirse tal y como es: subjetivo.