«Pocas materias son más plásticas, más maleables, que la memoria. La memoria es lo que uno recuerda, sí, pero al mismo tiempo es lo que uno cree que recuerda, y además, lo que dice que recuerda». De esta manera presenta sus memorias Carlos Alberto Solari, el «Indio», en su libro «Recuerdos que mienten un poco», que escribió guiado por Marcelo Figueras. No es novedad que la memoria sea selectiva, aún cuando nos esforzamos porque así no sea.

Los mecanismos que atraviesa nuestra mente al captar nuestras propias memorias están viciadas no solo de lo que fue, sino también, del deseo. De lo que quisimos que sea. De la forma en que hubiésemos dibujado, cual niño, nuestra propia historia. A veces, desde la inconsciencia, y otras, muchas, desde la más clara y reconocida consciencia, la memoria, la historia, juega a nuestro favor a pesar de que los hechos puedan distar un poco -o en su totalidad- de la realidad, y de nuestra participación en ella.

El último 24 de marzo, en los momentos de la reflexión de una historia para nada cerrada, ni acabada, sino más bien reciente, y con un sistema ¿democrático? que hace agua por todos lados, nos encontramos, con muy mal tino, con un comunicado oficial de la Unión Cívica Radical de Chacabuco.

Bajo el título «Los golpistas de siempre», los representantes locales del centenario partido utilizaron el Día de la Memoria para criticar a sus predecesores, hablar de corrupción y «curro» en la lucha por los derechos humanos, de golpismo, de que el peronismo intenta reescribir la historia con hechos que «nunca jamás» sucedieron. «El peronismo y el sindicalismo pactaban la amnistía para los militares, los radicales encabezábamos la marcha de la consolidación definitiva de las instituciones republicanas», continúan, y clausuran la sucesión de «errores» históricos con un Nunca Más, así, en mayúsculas, como el símbolo de la pelea, del dolor, de las derrotas y victorias, de las Madres y Abuelas, para decirle a sus opositores que no volverían a ser gobierno.

Ante un caso de memoria tan selectiva, de errores, desaciertos históricos, o simplemente tergiversación histórica, es necesario poner sobre la mesa algunos hechos, datos, archivos, que parecen haberse escapado a la premisa acusatoria e irreverente con la que se presenta el mencionado comunicado.

1.

En primer lugar, es necesario desgranar los conceptos que se desprenden de la sesgada interpretación histórica que las autoridades radicales realizan, a la que asistí sorprendido por el asumido eje ultra conservador y reaccionario desde el cual se posicionaron. La historia político-social argentina tiene un sinfín de aristas e interpretaciones, versiones anacrónicas, distantes, aunque hay realidades de las que hacerse cargo, de las que no se puede escapar, con autocrítica y rigor.

Hay que saber que la historia argentina no comenzó en 1983 y que los valores democráticos y de participación cívica también existían con anterioridad. Como un hecho prácticamente borrado en la historización de algunos sectores -tal vez, por vergüenza-, podemos remontarnos al Golpe de Estado de 1955. Tras la caída de Perón en manos de las Fuerzas Armadas, hacia el interior del radicalismo se dio un fuerte debate sobre qué posición tomar al respecto. Una facción optaba por el apoyo democrático al peronismo tras la proscripción -que se extendería por dieciocho años-, mientras que otro se alineaba fuertemente con la línea militarista de persecución y represión tanto del movimiento peronista como de la participación sindical.

El partido radical, como varios otros partidos políticos a excepción, claro, del peronismo y el Partido Comunista, fueron partícipes activos de la Junta Consultiva del gobierno de facto en noviembre de 1955, presidida por Isaac Rojas. Varios miembros activos del partido fueron partícipes de grupos paramilitares. La Junta Consultiva, con participación radical, avaló además los fusilamientos al grupo de civiles y militares encabezados por Juan José Valle. En total, fueron 27 los asesinados.

Las diferencias hicieron que el sector de Ricardo Balbín y el de Arturo Frondizi se quiebren. Los balbinistas se consolidaban en su posición antiperonista, mientras que el frondizismo intentaba negociar con el peronismo. De esa manera, ante la proscripción del peronismo ambas facciones se enfrentan en elecciones convocadas por Aramburu en 1958. Por lo bajo, Frondizi logra un acuerdo con Perón, desde el exilio, y gana las elecciones. Cuatro años más tarde, Frondizi es derrocado por un nuevo golpe militar. «Toda actitud que excluya la participación orgánica del justicialismo en la construcción de una gran nación conspira contra la República, contra el pueblo y contra la esencia misma del radicalismo», decía por aquel entonces Frondizi.

La mayoría del pueblo radical, sin embargo, no lo escuchó demasiado, y al año siguiente, en 1963, la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP), de corte conservador y antiperonista gana las elecciones con Arturo Illia a la cabeza, dando un claro mensaje de qué camino elegía la mayoría del radicalismo, en parte, molestos con el acercamiento de Frondizi con Perón.

Continuando y haciendo referencia a la última dictadura cívico-militar, y a la Memoria, también hay mucha tela por cortar. Miguel Bonasso, en un ensayo periodístico, contó años atrás que Ricardo Balbín y Francisco Manrique, -de la Unión Cívica Radical y el Partido Federal- se negaron a participar activamente del gobierno de facto de 1976, pero en cambio, acordaron su compromiso de «no oponerse». Sin embargo, la no-participación que cuenta Bonasso de Balbín y el radicalismo no fue tal: según datos que aporta el historiador Pacho O’Donnell, el radicalismo contó con 310 Intendentes durante la Dictadura. Decía Balbín (ver foto) por aquel entonces que «aceptamos en principio, como una contribución al mantenimiento de la paz y de la unión de los argentinos, un lapso prudencial de suspensión de la actividad política».

Muchos años después, en 2013, Jorge Rafael Videla brindó una entrevista para la revista española Cambio 16. Allí, en la misma nota en la que aseguró que «Nuestro peor momento llegó con los Kirchner» (los artífices del «curro» de los derechos humanos según el radicalismo local), el dictador, desde la cárcel (¿también es eso parte del «curro»?) expresó: «El máximo líder del radicalismo, Ricardo Balbín, que era un hombre de bien, 42 días antes del pronunciamiento militar del 24 de marzo, se me acercó a mí para preguntarme si estábamos dispuestos a dar el golpe, ya que consideraba que la situación no daba para más y el momento era de un deterioro total en todos los ámbitos de la vida. «¿Van a dar el golpe o no?», me preguntaba Balbín, lo cual para un jefe del ejército resultaba toda una invitación a llevar a cabo la acción que suponía un quiebre en el orden institucional. Se trataba de una reunión privada y donde se podía dar tal licencia; una vez utilice este argumento en un juicio y me valió la dura crítica de algunos por haber incluido a Balbín como golpista. Los radicales apoyaron el golpe, estaban con nosotros, como casi todo el país. Luego algunos dirigentes radicales, como Alfonsín, lo han negado». Cuesta creer que, el encargado de escribir y sentar la posición del radicalismo local, no sepa esta parte de la historia. De todas formas, por ignorancia u omisión, son pesados y oscuros los episodios que se salteó.

2.

El sindicalismo es otro enemigo histórico de esta facción del radicalismo, y sobretodo del que actúa por dentro de las filas de Cambiemos. La organización laboral y la ampliación de derechos se ha convertido, al parecer, en una molestia para el centenario partido. De esa manera, también, al pasar, ensucian al sindicalismo emparentándolo con la Dictadura, cuando en verdad los obreros y dirigentes gremiales han sido las principales víctimas.

Explica Blas García la histórica movilización que encabezó Saúl Ubaldini contra el gobierno de facto, antes de la Guerra de Malvinas. «El 30 de marzo de 1982, la CGT, encabezada por su secretario general, el legendario Saúl Ubaldini, encaró un plan de lucha que la llevó a convocar a una movilización nacional a Plaza de Mayo bajo la consigna «Paz, Pan y Trabajo». La represión fue violenta. Gases, palos y disparos de Itaka. Los manifestantes se dispersan y se vuelven a juntar. Desde los edificios se abuchea a la policía. Los empleados que abandonan el trabajo se suman a los manifestantes. «Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar», es el grito de miles de gargantas. En Rosario, dos mil trabajadores recorrieron el centro de la ciudad con consignas contra la dictadura; en Mar del Plata y San Miguel de Tucumán detuvieron a doscientas personas por repudiar al gobierno militar; en Córdoba, el Tercer Cuerpo del Ejército patrulló las calles con columnas de hasta siete vehículos militares por temor a la movilización de los trabajadores. Hubo cerca de tres mil detenidos y la represión culminó con el asesinato del obrero José Benedicto Ortiz”. Otra vez, mejor que decir, es hacer.

Los episodios venideros son más conocidos, porque, como se indica al comienzo de esta nota, el radicalismo ha elegido contar su historia con un relato propio que comienza en 1983, cometiendo horrores históricos y utilizado datos falsos para acusar a otros sectores. Allí se ve la valentía de Raúl Alfonsín de llevar a cabo el Juicio a las Juntas, y también se debe entender el contexto mediante el cual dicta la Obediencia Debida y el Punto Final.

3.

Fácil sería utilizar este hecho, doloroso para los derechos humanos, para Madres, Abuelas, Hijos, y acusar a Alfonsín de pactar y tener connivencia con los asesinos y torturadores de 30 mil personas en nuestro país (dice Videla, también en 2013: «Alfonsín cumplió a su manera. Menem también. Después llegaron los Kirchner con su venganza»). Pero la historia tiene sus contextos, sus coyunturas, y Alfonsín lejos estuvo de ese pacto y esa connivencia, y nadie puede negar su compromiso con los derechos humanos. Resulta extraño, sí, la interpretación histórica de quienes veneran el Juicio a las Juntas -sin mencionar el desenlace de 1986-, pero llaman «curro» a quienes impulsaron la encarcelación y los juicios por la Memoria.

Sería interesante escuchar una explicación al respecto de esa doble vara. Alfonsín, también, quien fuera el que se despegó y despegó a la historia radical para siempre de Mauricio Macri, otro episodio que parece borrado del selectivo disco duro que originó esta nota. Ni hablar, además, de los negocios del Grupo Macri con la Dictadura Cívico-Militar, y la condonación de deuda que obtuvo en 1982. La utilización del «Nunca Más» para referirse a la oposición política actual, además de distar de un sentimiento democrático, es de una bajeza tal que ni merece discusión.

Queda claro que el radicalismo se ha confinado, tal vez de una vez y para siempre, en ser un partido conservador, de derecha, que pisoteó sus orígenes y los atisbos de justicia social de distintos dirigentes a lo largo de su extensa historia. Debe ser, en todo caso, la tarea de las nuevas generaciones de Juventudes Radicales, aquellas que también derramaron lágrimas por el pacto de Gualeguaychú (que dio origen a Cambiemos), las encargadas de levantar realmente las banderas que sólo aparecen en lo discursivo. La dirigencia de la UCR, hoy en día, está totalmente alejada de la lucha por los derechos humanos y la igualdad. Han llevado esa discusión a un terreno pantanoso en donde notoriamente se sienten incómodos. Es una lucha, una pelea, que se ha tornado ajena a sus propios sentires e intereses. De ahí que surjan, y no sorprendan, interpretaciones como éstas acerca de la historia. La lucha por los derechos humanos, por la Memoria, la Verdad y la Justicia nunca puede ser un «curro» ni un discurso de museo. No es algo pasado, algo que se saca una vez por año, con una cadena de palabras frías, «correctas», y para cumplir, y se vuelve a guardar hasta 365 días después.

4.

Será necesario sincerarse, o conocer la historia, para que estos papelones, pero también irresponsabilidades institucionales -hoy son Gobierno- no vuelvan a ocurrir. Tristemente, y creyendo sinceramente en las capacidades de la dirigencia radical, no puede uno confiar en que haya sido un error, una improvisación, o falta de conocimiento. La fórmula de mentiras, de engaños, de verdades a medias, de tergiversación histórica, ha funcionado y muy bien para la Alianza Conservadora que hoy está en el poder. Siempre algún desprevenido cae en esta red de mala saña, que en algún momento, deberá darse por finalizada.

Que las herramientas y las armas que se utilicen en la discusión política sean discusiones ideológicas, de país, de modelos, sin los velos oscuros del engaño y la falsedad al que arrastran a gran parte de la población. Es cuestión únicamente de indagar, de estudiar, de conocer la historia, para saber que la discusión real comienza desde el título, desde aquel «Golpistas de siempre», para determinar quiénes y qué rol tuvo cada uno en cada momento histórico. La historia, la Memoria, no es moco de pavo. Por tener cola de paja, o por lo que sea, no puede tomarse con semejante liviandad e irresponsabilidad nuestra historia más dolorosa. Tal vez sea el momento de sincerar y decir la verdad sobre aquellos «recuerdos que mienten un poco».

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