Por Juan Manuel Blaiotta
La semana pasada analizábamos, con una especie de futurología sustentada en argumentos concretos pero sin certezas, algunos de los escenarios posibles en la reconfiguración del mundo post COVID-19. Pretenden estas líneas (al igual que las pasadas y probablemente, las que vendrán) de ayudar a entender qué mundo habitamos, de qué lugar salimos y a cuáles se puede ingresar, pero sobretodo dar el debate y la discusión sobre las distintas verdades y realidades que atravesamos en los términos que nos interesan: lo social, lo político, lo económico, lo cultural. Escribiéndolo, y pensándolo bien, esos cuatro aspectos podrían resumirse tan solo en uno: la vida misma. Todo lo que hacemos, decimos, pensamos, deseamos está atravesado, en mayor o menor medida, por el contexto que nos genera alguno de -si no todos- esos ejes.c
Para comenzar: una noticia publicada el mes pasado en varios portales nacionales e internacionales se replicó recientemente en nuestro país por el rumor de un proyecto del gobierno de Alberto Fernández. La noticia, en cuestión, rezaba: «Europa se prepara para la nacionalización masiva de empresas«. En otros, más extremistas -o con más intereses que defender- se habló del «fantasma del comunismo» que acecha al mundo entero. El 19 de marzo de este año, cuando el COVID-19 ya era un dolor de cabeza para todo el planeta, la Comisión Europea -una de las siete entidades que integran la Unión Europea y que cuenta con la tarea de proponer legislaciones y aplicar decisiones comunitarias- lanzó un primer documento en donde estipulaba algunas medidas de participación estatal sobre las empresas privadas que necesitaban un rescate: subsidios para costear salarios, suspensión o eliminación de determinados impuestos, y garantizar liquidez a partir de programas de créditos. El programa fue aplicado rápidamente, pero a medida que avanzaron los casos positivos, las cuarentenas menos flexibles, y sobretodo, la incapacidad de gastar de los ciudadanos por la pérdida de empleos (una especie de círculo vicioso), las medidas no fueron suficientes. Tras dos revisiones, y en una nueva propuesta, el centro del debate está en si el Estado debe hacerse cargo y comprar participación en acciones de diversas empresas, para salvarlas de la crisis.
El mundo que nos venden vs. el mundo real
El razonamiento es el siguiente: la quiebra de empresas a partir de una crisis genera un segundo momento de crisis aún peor: la pérdida de empleos generará aún más desocupación, y podría tener un costo letal para las sociedades con desempleos récord a nivel mundial por un lado, y una recuperación poco probable debido a la sobreproducción que aún conservan. En otros términos, podría ser un piso para una caída estrepitosa, y sobretodo, que luego de esa caída no haya otra más profunda. En algunos casos, esa idea ya está puesta en funcionamiento:
- Italia podría comprar la compañía aérea Alitalia, y por primera vez la reconocida aerolínea (que tiene al día de hoy 11 mil empleados) contará con representantes sindicales y estatales en su Consejo Directivo.
- En Portugal, están actualmente en un proceso similar con la aerolínea TAP, la más grande de aquel país, que ya cuenta en un 50% de un holding estatal, y el Estado podría hacerse de la totalidad de la compañía para salvarla.
- La Alemania de Merkel ya intervino en rescates multimillonarios a diversas empresas (por ejemplo, Adidas) y no descartan la nacionalización de la aerolínea Lufthansa.
- Chile, aquel lejano paraíso neoliberal que ya pocos toman como ejemplo, se está planteando la nacionalización de Latam Chile.
- También pasa en Francia, cuyo gobierno ya anunció que hará «todo lo que sea necesario» para salvar distintas firmas, incluso con la opción de estatizarlas por completo. En algunas de ellas, sobretodo en sectores estratégicos (como las energéticas Engie y EDF, la empresa de telecomunicaciones Orange, la aerolínea Air France o la mismísima Renault) ya hay una activa participación del Estado. Podemos estar horas mencionando ejemplos de este estilo, pero para muestra ya van varios botones.
Hay una creencia colectiva, en esta parte del mundo, en que los Estados del «primer mundo» solo regulan pequeñas cosas mientras el Mercado hace lo suyo, y así, ese mundo aspiracional, funciona de maravilla. Sin embargo, nada de esto es real. El proteccionismo y la participación de los distintos Estados es sumamente importante y no hay nada, o prácticamente nada, librado al azar, o como a muchos les gusta decir, a esa mano invisible que nos salvará. Escandaloso fue el momento en que Argentina, en el año 2008, decidió que Aerolíneas Argentinas vuelva a ser gestionada por el Estado Nacional, o cuando el 16 de abril de 2012 el gobierno argentino anunció la decisión de expropiar el 51% de YPF. El «mundo» y cómo nos mira, no es ejemplo cuando no conviene.
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El proyecto argentino
Hay una frase que escuché hace mucho, mucho tiempo, en relación al sector privado y al Estado: «Cuando te va bien, es por tu mérito; cuando te va mal, es culpa del Estado«. Esa premisa -por cierto, sumamente falsa- explica un poco las reacciones de diversos sectores nacionales, pero además, también, sirve como argumento para el tema que hoy discutimos. ¿Por qué el Estado debe hacerse cargo de las grandes pérdidas pero no así de las grandes ganancias? ¿Es eso justo? Hago un poco de futurología y entiendo que muchxs dirán que se aplique el mismo método en torno a programas sociales, jubilaciones, etcétera. Pero, más allá de lo poco pensado del argumento (siendo elegante) aquí no estamos hablando de familias necesitadas, ni de programas estatales para generar equidad, sino de empresas con ganancias de miles de millones de pesos por año. Tampoco eso se compensa con los impuestos, porque aquí el Estado estaría haciendo una nueva inversión para participar de la empresa. ¿Qué pasa si un accionista privado invierte en esas empresas? ¿No perdería dinero cuando las cosas van mal y ganaría cuando van bien? Bueno, si el Estado pone el mismo dinero que pondría un inversor privado, tomemos al Estado como un accionista. ¿No funciona así? ¿No es lo que tantos piden? Si nuestras son las lágrimas, nuestras deben ser las risas. Como mencionaba algunas líneas más arriba, estas medidas se vienen dando en el mundo desde hace varias semanas atrás. Pero, ¿por qué la noticia rebotó recién ahora? El tema surgió aquí a partir de la propuesta de la diputada Fernanda Vallejos (Frente de Todos) propuso la participación estatal en el capital de las grandes compañías. Citando textualmente:
«Los criterios aplicados para determinar quiénes acceden y quiénes son excluídos de las ayudas, se tornan cruciales. Esto es lo que ha ocurrido con el programa ATP, que paga parte de los salarios del sector privado. La noticia de que varios grupos económicos de los que se tiene conocimiento que han protagonizado distintos episodios de fuga de capitales, que tienen sede o vinculaciones con guaridas fiscales, etc, accedieron al ATP, plantea la necesidad de revisar esos criterios. Esas prioridades podrían ser, entre las responsabilidades del Estado: homologar convenios salariales que eviten el recorte del 25%, aumentar jubilaciones, ampliar la cobertura y/o el monto del IFE, asistir más fuertemente a empresas en verdaderas dificultades, entre otras. Un criterio básico de exclusión sería negarle la ayuda a aquellas empresas que operan offshore, fugan divisas y evitan tributar lo que les corresponde al fisco argentino. En este sentido, vamos a presentar un proyecto de ley que complemente los criterios ya establecidos. Por otra parte, si el Estado decide subsidiar a grandes grupos, sería razonable, como lo han hecho antes y lo están haciendo ahora las economías más desarrolladas, que lo haga no como un regalo a esas empresas, sino a cambio de una participación en el capital de las compañías«.
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Revuelo por todos lados, apoyos, críticas, y los medios hegemónicos de siempre -muchos, parte de esas empresas fugadoras que hoy son asistidas- estallaron. La lógica de Vallejos tiene aciertos y una sólida argumentación. ¿Por qué no discutir en éstos términos? En un contexto que nos obliga -y seguramente, nos obligará- a comportarnos distinto, ¿por qué no repensar nuevos roles estratégicos, por ejemplo, para el Estado? Dar la disputa por esa reconfiguración del Estado no parece una batalla tan lejana, y tal vez pocas sean las oportunidades tan claras para librarla como esta.
El Estado integral: un nuevo modelo que propone América Latina desde la acción
Con todo esto, la cuestión es ahora pensar qué tipo de Estado (o qué tipos) pueden surgir y reformularse en este contexto. Cabe recordar, además, que la crisis del sistema, al menos en el «mundo occidental», es bastante anterior al CoVid-19. Y en ese sentido, desde América Latina hay mucho por decir. En ese sentido, sin dudas, uno de los pensadores contemporáneos más lúcidos de nuestros tiempos es Álvaro García Linera, quien fuera vicepresidente de Bolivia durante las gestiones de Evo Morales hasta el golpe de Estado del pasado año. García Linera estudia y produce interesantes reflexiones acerca de los conceptos de Nación, Estado, democracia, comunidad. En una de sus tantas conferencias, dejó algunas aristas interesantes para pensar las nuevas formas sociales de organización y retomando conceptos de Antonio Gramsci, habló del «Estado integral» en contraposición a un «Estado aparente». Adaptado a la actualidad, dice Linera:
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«el Estado integral sería el momento en que la sociedad absorbe las funciones unificadoras del Estado y en que el Estado va transfiriendo a la sociedad funciones de gobierno. El Estado deja gradualmente el monopolio de la coerción y va igualando material y realmente a la sociedad. El concepto de Estado integral gramsciano nos permite observar o salir de esta disyuntiva ‘si me meto al Estado soy reformista, si me alejo del Estado soy impotente y testimonial’. Si te metes al Estado eres un reformista porque estás dentro de la maquinaria del Estado que te ha absorbido. Si te alejas del Estado lo que haces es testimonio de tu pequeña colectividad aislada que se dedica a pensar bien en las tardes los sábados pero que no influye en el resto de la sociedad. ¿Quieres eficacia?, estás en el Estado, pero te puede comer el Estado. ¿Te sales del Estado?: pierdes eficacia pero mantienes pureza. Es una disyuntiva que la vivimos los compañeros que queremos cambiar al mundo, de una u otra manera. El concepto de Estado Integral me ayuda para salir de esta disyuntiva«.
¿Qué quiere decir Linera? En resumidas líneas, plantea salir de aquella vieja discusión/dicotomía de modificar realidades por fuera o dentro del Estado, simplemente por una razón: la sociedad es indisociable del Estado. «Uno no puede optar por sociedad o Estado, es una unidad. Y si optas por la sociedad tienes que optar transformando el Estado y si transformas el Estado tienes que optar que esa transformación es porque la sociedad se reapropia de la función estatal».
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Entonces, cuando hablamos de las nuevas funciones del Estado y su fortalecimiento, no debemos pensarlo en calidad del Estado actual, sino en sus nuevas formas. La participación social y la amplitud de presencia es lo que marcaría, también, un nuevo tipo de democracia, más fiel a su definición original, y muy diferente a las fallidas democracias actuales que se desarrollan a lo largo y ancho del planeta, más parecidas a lo que el sociólogo boliviano René Zavaleta definió como «Estados aparentes». En ellos, lo discursivo difiere del plano de lo real y aparentan representar los intereses de las mayorías, cuando en realidad, citando a Zavaleta, «solamente va a representar a unos, va a organizar a unos, va a beneficiar a unos, dejando de lado a otros, en contra de otros, frente a otros«. ¿Suena familiar, no? La forma de Estado integral que se impulsa desde varios sectores latinoamericanos (y que pareciera, puede comenzar a germinar también en otros continentes), como el Grupo Puebla, refiere, entre otras dimensiones, a una participación social más activa en el Estado, y recíprocamente, una participación más activa del Estado en la sociedad, entendiendo que ese no es el último eslabón de la distribución de los recursos y la equidad, pero sí el paso a seguir más necesario: cuando eso esté saldado, comienza una nueva discusión, sumamente ardua también, que es plantearse cómo ese poder adquirido por el Estado se redistribuye y no solo eso, sino que sea administrado alcanzando los deseos propios de la sociedad en su conjunto, teniendo en cuenta sus diversidades. Pero para eso, hay aún un largo camino por recorrer. En estas nuevas posibilidades sobre el rol del Estado y su injerencia, podemos volver a repetir: si nuestras son las lágrimas, nuestras deben ser las risas. Acabar con la mentira meritocrática de los grandes poderes concentrados y poner la realidad sobre la mesa es la tarea pendiente. Ojalá, en la máxima expresión de deseo, en no muchas columnas más estemos hablando de la concreción de aquel planteo de Vallejos, para avanzar sobre los planteos de García Linera y Zavaleta.
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