Pier Paolo Pasolini fue cineasta, poeta, dramaturgo. Confirmado como referente social, artístico y político al ser asesinado, en 1972, en una playa de la italiana ciudad de Ostia. Comunista, ateo, homosexual, Pasolini era evidenciado por el poder como un verdadero peligro para una sociedad descompuesta, para un mundo que en aquella época evidenciaba su carácter de podrido.

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Dueño de una sensibilidad única, su ateísmo le permitió dejar una pieza magnífica como es El evangelio según San Mateo (1964), una película que restaura el drama cristiano a su contexto histórico. A diferencia de filmes supervisados como Jesucristo Superstar, donde los rubios cabellos y los celestes ojos modelan un Jesús occidental, la versión de Pasolini busca recordar en qué paisajes transcurrieron aquellos hechos y qué rasgos prevalecían en aquellas personas.

Este 5 de marzo se cumplen 99 años de su nacimiento y tal vez corresponda recordar aunque sea brevemente una poesía que desborda en virtud, innovadora y de una frescura inagotable que parece escrita ayer.

En este caso un fragmento de Noche Romana, poema aparecido en el libro La religión de mi tiempo (1961).

NOCHE ROMANA – Pier Paolo Pasolini

¿Adónde vas por las calles de Roma,
sobre los trolley o los tranvías en los que la gente
regresa? ¿Apurado, obseso, como si
te esperase el trabajo paciente
del que a esta hora los otros regresan?
Es la hora después de la cena, cuando el viento
sabe de cálidas miserias familiares
perdidas en miles de cocinas, en las
largas calles iluminadas
sobre las que más claras espían las estrellas.
En el barrio burgués existe la paz
en la que todos se complacen
hasta vilmente, y con la que querrían
colmar cada noche de su existencia.
Ah ser diferente -en un mundo que también
es culpable- significa no ser inocente...
Anda, desciende a lo largo de los recodos oscuros
de la avenida que lleva al Trastevere:
he allí, quieta y revuelta, como
desenterrada de un fango de otras épocas
-para darse a gozar a quien todavía puede
arrancar un día a la muerte y al dolor-
a tus pies toda Roma...

Desciendo, a travieso el Puente Garibaldi,
sigo el parapeto con los nudillos
contra el borde roído de la piedra,
dura la tibieza que la noche
tiernamente respira sobre la bóveda
de los cálidos plátanos. Placas de una pálida
secuencia, sobre la otra orilla, colman
el cielo desteñido; plúmbeos, chatos,
los áticos de los caseríos amarillentos.
Y yo miro, caminando por los adoquines
resquebrajados de hueso; o mejor huelo,
prosaico y ebrio- punteando de astros
envejecidos y de ventanas ruidosas-
el gran barrio familiar:
el oscuro verano lo dora,
húmedo, entre las sucia humareda
que el viento lloviendo desde los prados
del Lacio esparce sobre rieles y fachadas.

Y cómo huele, en el calor tan pleno
para ser él mismo espacio,
el murallón, aquí abajo:
desde el puente Sublicio hasta el Gianicolo
el hedor se mezcla a la ebriedad
de la vida que no es vida.
Signos impuros de que por aquí han pasado
viejos borrachos del Puente, antiguas
prostitutas, tropeles de muchachada
en desbande: impuras huellas
humanas que, humanamente infectadas,
están allí para decir, violentas y quietas,
estos hombres, sus bajos deleites
inocentes, sus miserables metas.

(...)