Por Juan Manuel Blaiotta

No creo necesario comenzar esta nota, que tratará sobre algunos aspectos de la pandemia, con un raconto de lo que es el COVID-19, de la importancia de respetar las medidas de seguridad dispuestas, o soltando algunas palabras bonitas y frases que nos obligan a ser -o mostrarnos, al menos- felices aún cuando las cosas no van nada bien. Sobretodo, porque los aspectos que aquí debatiremos trascienden a la coyuntura del coronavirus: son muy anteriores y en este contexto únicamente se reprodujeron y amplificaron.

Debemos comenzar, seguramente, con la resignificación de la «estrella» del encierro: el hogar. La casa. La casa se resignifica totalmente en este contexto: de ser el lugar en donde empieza y termina un día, que contiene todo tipo de contacto, de traslados, mechando descansos y mates en el medio, pasa a ser prácticamente el único lugar transitado. Entonces, dentro de este espacio, convergen el descanso, el entretenimiento, pero también muchas responsabilidades laborales, educativas. La vida misma, con el respeto que me merece el personal de salud y quienes están ahora más tiempo fuera que dentro. En esta nueva subjetividad que atravesamos, cuesta diferenciar los espacios habituales de la cotidianidad: lo que antes se separaba en tiempos y espacios (ir a trabajar, ir a la escuela, juntarse con parejas o amigues, abandonar la casa para lo que sea), hoy se limita todo a un mismo lugar. Esa modificación de la estructura también modifica la percepción del tiempo pero también su producción. Los días probablemente son «más largos», aunque sigamos manteniendo ese contrato social que nos indica que tienen veinticuatro horas. ¿A qué vamos con esto? A que la casa, en un amplio sector de la sociedad (seguramente mayoritario) se presenta como el lugar intocable del confort y la seguridad. El lugar impenetrable en donde nada nos puede ni debe pasar, y cualquier cosa que potencialmente pueda afectarlo, al menos en nuestra representación mental, debe ser eliminado. Sin opciones, eliminado. Vaya victoria cultural de un sistema no sólo desigual, sino generador de dicha desigualdad. Las preguntas, entonces, son: ¿Es propio ese sentimiento? ¿El miedo desmedido y punitivista lo producimos o es infundado externamente?

El tema del momento: ¿liberación masiva de presos?

Por estas horas, el tema por excelencia que ocupó diarios, radios, televisión, redes sociales y balcones, fue la liberación de presos por la pandemia. Noticias, análisis e información que, me animo a decir, en su 90% fueron mentiras, reproducciones falsas y operaciones políticas y mediáticas. Primero lo primero, es momento de dar algunos datos certeros y comprobables al respecto. A pesar de que es algo que se aprende en el nivel inicial escolar.

Argentina tiene división de poderes. Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Los encargados de dictar liberaciones o cualquier tipo de medida sobre detenidos, es el Poder Judicial. El Ejecutivo, a través del Presidente, puede liberar detenidos a través de indultos, algo que no solo no está sucediendo, sino que el propio Alberto Fernández afirmó que es una facultad con la que no está de acuerdo.  Ahora bien, ¿cuál es la situación de los presos? Léase bien, hablamos de los presos y no de las cárceles, tema que daría para otra nota muchísimo más larga de los errores, el hacinamiento y la formación de lugares capaces de empeorar cualquier conflicto.

En todo el país, al día de hoy, hay alrededor de 100 mil detenidos, entre cárceles federales y provinciales. En las cárceles federales, el 60% de los detenidos está encerrado sin condena. ¿Se liberaron presos en la pandemia? La respuesta es sí: en el último mes, fueron liberados 2244 presos. Lo que se debe conocer antes de indignarse, es el por qué y la cuenta es muy simple. Tan simple de entender, que es justamente por eso que los medios hegemónicos y los periodistas y medios pequeños (incluidos medios locales) a su servicio no solo no lo dicen, sino que lisa y llanamente, mienten. De dicha cifra, 1607 personas fueron liberadas básicamente porque cumplieron su condena en este mes. Ni por coronavirus, ni por ninguna otra razón: cumplieron su condena. Algo que sucede todos los años, todos los meses, en democracia. El año pasado, aún con el gobierno de Mauricio Macri, y en el mismo período (marzo-abril) fueron liberados 1713 reclusos, es decir, 106 más que este año. ¿Qué pasa con los 637 restantes? 439 salieron efectivamente por pertenecer al grupo de riesgo de contagio de Coronavirus. Por mal que les pese a algunos, en Argentina no está institucionalizada la pena de muerte, y dejar a grupos de riesgo en posibles lugares de contagio puede ser un crimen de Estado. A los 198 restantes se les fue otorgada la prisión domiciliaria por estar en condiciones de solicitarla. Las medidas sanitarias en cuanto a lo penitenciario fueron recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud y distintos organismos de derechos humanos internacionales a todos los países con casos de COVID-19. El tema de los presos y sus liberaciones, algo que ocurre constantemente y en cualquier situación, no fue un tema de preocupación en «el mundo», aunque sí tuvo presencia mediática: los grandes medios como el NY Times o la BBC lanzaron artículos basados en las indicaciones de salud y de derechos humanos hablando de la tragedia que es para las cárceles que ingrese allí el virus. Pero los medios acá optaron por la ya conocida estrategia del miedo, de la manipulación, de crear sentidos y realidades falsas.

¿Liberaron homicidas, femicidas y violadores? Las mentiras de la jueza Márquez

Salvo que estén en el primer grupo de quienes ya cumplieron su condena o en grupo de riesgo, no. ¿Hubo domiciliaria para alguno de ellos? En principio, no debiera haber. La disposición orquestada por la OMS y los organismos internacionales, y cuyas recomendaciones fueron tomadas aquí, manifiesta que los delitos graves como homicidios, femicidios, violaciones o cualquier tipo de delito sexual, robos con armas de fuego, blancas o de modalidad violenta, no deben estar incluídos. Salvo que, claro está, pueda poner en riesgo a otros presos o el personal carcelario al contraer el virus. Sin embargo, cada recluso, mediante un abogado, puede pedir el «beneficio» y es cada juez en particular quien decide por sí o por no. En caso de que se incumplan las reglamentaciones, la justicia tiene un propio sistema de evaluación que puede apartar al juez y revocar su decisión, y el gobierno tiene, como paso siguiente, la capacidad de solicitar un juicio político o jury para dicho juez. Desde el gobierno, el presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, Sergio Massa, aseguró que en caso de que haya un caso como este, podrían proceder de esta manera.

Seguramente, muchas de las dudas también surgieron a partir de la prensa que tuvo la jueza de Ejecución de Quilmes, Julia Márquez, quien se paseó por tanto programa hubo sembrando miedo y pánico sobre liberaciones falsas. «Es preciso aclarar estas cuestiones para no alarmar a la sociedad (…) se ha instalado ya una gran campaña en términos políticos, con datos falsos, que es muy difícil de enfrentar (…). Los datos que ella difunde son falsos. Hablar de 176 liberaciones por delitos contra la integridad sexual no tiene relación con la realidad de lo que está aconteciendo en la implementación de un habeas corpus que, con una mayoría sustancial de nuestro tribunal, fue firmada por el doctor Víctor Violini». La declaración fue hecha por Daniel Carral, miembro de la Cámara de Casación de la provincia de Buenos Aires. Pero no soy yo, ni Carral, ni el gobierno quien desmiente a la jueza Márquez: ella misma volvió sobre sus pasos. Ante la relevancia mediática de ser la cara del pedido de mayor punitivismo en los medios, tuvo que admitir que «tal vez» no fue certero lo que dijo, y que los liberados por los delitos que ella misma había afirmado puede que sean datos de meses atrás. Incluso, la domiciliaria de un homicida en grupo de riesgo, fue firmada por ella misma. Ni hablar de la cantidad de fake news, de datos falsos que se difundieron a partir de esta mentira. Pero, ¿esto es nuevo? ¿fue el coronavirus el que instituyó esta práctica mediática? ¿Quiénes ganan y quiénes pierden infundiendo miedo?

El método Hitchcock y el terror en los medios

Alfred Hitchcock fue un histórico director de cine británico, pionero en la cinematografía de terror psicólogico, suspenso y thriller. En una entrevista, hace ya muchos años, Hitchcock fue consultado sobre cómo hacía para generar de manera tan efectiva el miedo en su público. El director fue claro y tajante: «Trato de implantar el miedo en la mente y no directamente en la pantalla». Es decir, con distintos recursos, con suspenso, con música, con distintas tramas, lleva al espectador a tener a algo que se insinúa pero jamás vio. Sin monstruos, ni fantasmas a la vista: solo sugerencias y un fuerte trabajo sobre la mentalidad del espectador.

¿De dónde nos suena esto? Bueno, de los medios que consumimos todos los días. Si retomamos las primeras palabras de esta nota, recordamos que hablábamos de que el coronavirus, en cuanto a tratamientos mediáticos y señalamientos, no trajo nada nuevo. El punitivismo es anterior a la pandemia: los sujetos construídos socialmente como los «enemigos» del orden social ya fueron establecidos previamente y trabajados con una sintonía fina que, a decir verdad, si la realizaran con buenas intenciones sería admirable. El enfoque de las noticias, desde hace años, apunta a construir continuamente enemigos que pueden poner en jaque nuestra zona de confort. Y cada vez, de manera más brutal, se pide la exclusión de todos ellos. Así, la «gente de barrios humildes», «la política», «los impuestos», «lo mal que quedamos ante el mundo», «los miembros de sindicatos», «les que pelean o reclaman por algún derecho perdido» no son más que los chivos expiatorios en un terreno preparado para confundir. No hace falta más que apuntar en estos sentidos o nombrar esas palabras en cualquier momento y contexto, sobre un fino trabajo de cantidad y de tiempo, para que en los momentos adecuados, se pueda avanzar sobre ellos con todo un mundo de símbolos y significados ya desarrollado, al que solo hace falta agregarle un «hecho objetivo» para encenderlo.

Lo mismo pasa al revés: los grupos que desean ser protegidos crean enemigos en la vereda de enfrente y héroes en la propia. Los fiscales y jueces heroicos, los que «sacan al país adelante», los periodistas que en todos los medios a toda hora dicen que los intentan callar. El resultado es, luego, vecinos y vecinas de clase media o baja defendiendo que jueces no paguen impuesto a las ganancias o que las 12 mil personas más ricas del país no aporten el 1% de su patrimonio multimillonario (y en dólares) por única vez. El miedo se construye. De a poco, de a pasos, hasta que ya no somos quienes manejamos la situación, sino que el miedo es quien nos define cómo actuar, qué decir, qué pensar. «Los Manos fueron invadidos y conquistados por los Ellos, no son libres, poseen en su cuerpo una glándula de terror instalada por los Ellos, que en caso de desobedecer sentirán miedo, y entonces la glándula liberará una sustancia que envenenará su sangre, provocándoles la muerte», dice el protagonista de El Eternauta en una de sus páginas, y no se me ocurre mejor metáfora que esa para describir la situación. El miedo de no obedecer a la desigualdad puede que nos haga perder lo poco-mucho que tenemos, esos «privilegios» que no son más que derechos adquiridos a los que muches todavía no accedieron.  Hay un miedo enorme a lo desconocido, pero hay algo peor aún: un miedo y un rechazo a lo que pensamos conocer, a los enemigos mediatizados, pero que en realidad no conocemos. El método Hitchcock, la angustia, la violencia, como herramienta primordial para la dominación.

Es sin dudas una maquinaria enorme, difícil de controlar, y que posiblemente cuando la pandemia termine y se vuelva a la «normalidad» (o al menos, una nueva normalidad) ese poder se reconfigure para seguir produciendo todo un sistema que apunta a la individualidad y al «sálvese quien pueda». Lo que sostiene a los sistemas desiguales es el pensamiento colectivo del salvataje individual. Vaya paradoja. Y el miedo es el alimento principal de ese sostén. Esperar que los medios y los grandes productores del nuevo mundo (o, como dice el Indio Solario, «quienes cuidan por vos las puertas del nuevo cielo») es seguramente inocente, porque no sucederá, sino que además, seguirá construyendo su propio sentido de odio y fragmentación. En cambio, no perder el sentimiento comunitario y colectivo, la empatía, imponer el deseo de justicia social por sobre la caridad, es un repelente importantísimo para ello y seguramente la base más sólida para construir el lugar que nos desvela.

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