La política no tiene tiempo ya de ocuparse de la historia. Al revés, parece que la historia tiene todo el tiempo del mundo para ocuparse de la política ultramoderna. El asesinato político fallido del 1 de septiembre de 2022, cuando el tiro que iba a matar a la vicepresidenta Cristina Fernández no salió, abrió un campo de debate del que los políticos profesionales no tenían entera noción. La posibilidad de matar, como violencia extrema, apareció en el horizonte político. Como apareció en la pantalla, no necesitó de editoriales: es lo excesivamente real de la muerte. Nadie necesita que le cuenten qué hubiera pasado.
A la vista de todos quedó que hay jóvenes que tienen tatuajes e ideas que valorizan de alguna manera la experiencia del nazismo. ¿Quiénes son los que creen resolver los problemas por esa vía, la de la eliminación del otro? ¿Se comprende las razones que les dan origen? ¿En qué sociedad vivimos, entonces? ¿Qué hay de malo en nuestra vida común para otros? ¿Cuál es el panorama social, cultural, económico y de futuro que atraviesan los jóvenes en nuestro país? ¿Qué los lleva a ser atrapados por las redes de los servicios de inteligencia clandestinos?
Al enterarse del intento de asesinato, explicaron los abogados de la vicepresidenta, ella dijo llamarle la atención que hayan sido jóvenes los que lo intentaron. ¿Cómo podría traducirse esa sorpresa en términos históricos?
La violencia política fragmenta a las sociedades, y siempre la violencia aparece donde no hay formas de tramitar, de promover la resolución de los problemas. Equivocadamente algunos proponen el diálogo para resolver la violencia. Pero el hambre, el maltrato institucional, la injusticia, el desempleo, la falta de oportunidades y otros males no son percibidos como otras violencias. A veces, incluso, son consideradas inevitables. ¿Y los derechos?
La fragmentación social que genera la violencia tiene sus beneficiarios, no hay dudas. El mejor ejemplo lo sigue constituyendo la última dictadura militar que apeló a la violencia organizada de las armas y el Estado para romper las resistencias sociales al plan económico que los grandes actores querían imponer. Dirigentes políticos, gremiales, docentes y estudiantes involucrados en la vida social fueron secuestrados, torturados y asesinados o desaparecidos para que ese plan económico se pueda imponer.
Hoy avanza también un plan económico devastador, come-vidas: las estadísticas muestran que los jóvenes sufren y sufrirán más las consecuencias. Por ejemplo del desempleo que es mayor en esa edad. Y los que están empleados, ¿qué clases de empleos tienen? Todavía escuchamos hablar del «trabajo en blanco» como si esas palabras fueran dichas en la Argentina de 1945. Habría que preguntarse (para empezar) con qué ingredientes estará hecho el trabajo en blanco que a muchos les empieza a saber mal. Si huele a podrido, no será que… Es más que probable.
No menos cierto es que los jóvenes son la expectativa de toda la sociedad. ¿O serán la excusa? Principalmente de quienes no son jóvenes. Se los presenta como los que deben o pueden cambiar todo lo mal que otros han hecho. Pero, sin embargo, no son ellos quienes tienen en sus manos las decisiones estratégicas.
A la vez, se superponen otras realidades: nuestro país vive una etapa en que la clase política se vuelve conservadora en sus propuestas. Más que una contraposición entre izquierdas y derechas, lo que existe es una coincidencia conservadora. Los jóvenes, que no se referencian mucho con esa palabra, reciben una invitación explícita a tramitar sus deseos de cambio en otras plataformas.
Por esto, todavía resuenan en nuestra mente aquel título del poema de Mario Benedetti: ¿Qué les queda a los jóvenes? Una pregunta generacional que escuchamos repetirse, una pregunta conservadora, que mira a todos los jóvenes por igual y los interpela de manera hipócrita, como si fueran los que han traído a la humanidad hasta acá donde estamos.
Como fuera, ese poema vale la pena ser releído, aunque sea para redirigir la pregunta a quien corresponda.
Finalizo recurriendo a Pier Paolo Pasolini, figura de la cultura que ya muerto le pasa lo contrario que a otros: con los años su obra va adquiriendo mayor atención. Como se verá con esta cita que transcribo, no es en vano ese fenómeno. En este caso en una polémica con Ítalo Calvino:
Finalmente, querido Calvino, quisiera hacerte notar una cosa. No por moralista, sino como analista. En tu apresurada respuesta a mi tesis, en el «Messagero» (18 de junio de 1974) se te ha escapado una frase doblemente infeliz. Se trata de la frase: «A los jóvenes fascistas de hoy no los conozco y espero no tener ocasión de conocerlos». Pero: 1) por cierto no tendrás nunca esta ocasión; aunque en el compartimiento de un tren, en la cola de un comercio, en la calle, en un salón, tú debieses encontrar jóvenes fascistas, no los reconocerías; 2) desearse no encontrar nunca jóvenes fascistas es una blasfemia, porque, por el contrario, debemos hacer todo para individualizarlos y encontrarlos. No son fatales y predestinados representantes del Mal: no han nacido para ser fascistas. Nadie -cuando nos convertimos en adolescentes y estuvimos en situación de escoger, según sabe qué razones y necesidades eligió racialmente el sello de los fascistas. Es una forma atroz de la desesperación y de la neurosis lo que lanza a un joven a una elección semejante; y quizás hubiera bastado una pequeña experiencia diferente en su vida, un encuentro simple, para que su destino fuese distinto.
«Carta Abierta a Italo Calvino». En: Escritos Corsarios. Traducción de Hugo García Robles, p. 32.