En la sociedad y en los sistemas educativos va ganando terreno cada vez más la preocupación sobre la vinculación de los jóvenes con las drogas. Claudio Jonas nos propone en esta intervención de su columna de Psicología para La Posta, preguntarnos acerca de esa preocupación y las acciones que llevamos adelante. ¿Verdaderamente hacemos prevención?

Por el camino actual, explica Jonas, no ha dado resultados satisfactorios, y en rigor, no hay prevención. Los padres preocupados son alentados a realizar acciones que no son preventivos. Con este diagnóstico, Jonas sostiene que hay una alternativa para caminar por la prevención y no es una utopía.

Los invitamos a leer más notas de la sección de psicología de La Posta.


A propósito de: droga y prevención

Por Claudio Jonas

Comparto la preocupación por la expansión de la drogadicción en la juventud -aunque también es preocupante en los adultos-.

Lo que no comparto, y por ese motivo les acerco otro punto de vista, es el criterio preventivo que se viene impulsando desde distintos ámbitos, a nivel nacional e internacional, que pone el acento en divulgar los daños y riesgos a que se verá expuesto el consumidor, y en la convocatoria a padres y docentes a incorporarse a una cruzada en contra de la droga.

No estaría de más recordar, que por este camino no se han obtenido resultados satisfactorios y que, aún en el hipotético caso que se lograra algún efecto desalentador en los consumidores, no se estaría haciendo -en rigor- prevención.

Para ser más claro: si tengo que prestar atención a los cambios que tienen mis hijos; si tengo que controlar los amigos que frecuenta; si tengo que hacer una autocrítica sobre mis hábitos adictivos; si debo reunirme con otros padres para compartir estrategias de control y lucha contra la droga; si debemos sumar esfuerzos para aumentar las posibilidades de vigilancia; si se recomienda -hasta la saturación- estar informado sobre los efectos dañinos de las drogas; si ante cualquier duda me conviene consultar a expertos en drogadicción; si todos los días debo repetirme que el enemigo está en mi propia casa; en definitiva, si hago todo esto, quiere decir que me estoy entrenando para luchar contra algo que ya está produciendo sus efectos. Con suerte, podría decirse que estoy haciendo diagnóstico precoz, nunca prevención.

Pero además, ¿existe algún adicto a las drogas -u otras adicciones- que no sepa sobre los riesgos que enfrenta?

De paso, sería conveniente recordar que las adicciones -en general- son difíciles de curar, y que la dificultad no justifica el maltrato, la persecución ni la condena moral. ¿O el adicto a la comida, al cigarrillo, al alcohol, al juego, al dinero, al trabajo, a las personas, etc., no merecen tanto o más respeto que cualquier congénere?

Entonces, si esto no es preventivo ¿cómo orientar las acciones efectivamente preventivas?

En principio, y aunque esto sea lo más difícil de aceptar, convendría tomar en cuenta que aquellas personas que se drogan, buscan, a través de lo que consumen, un alivio o un estímulo, para algo que no aceptan, no toleran o no alcanzan.

Mayor rendimiento, más alerta, mayor sensibilidad, más alegría, más potencia sexual, menos dolor, menos tristeza, menos inhibiciones, menos vergüenza, menos soledad, menos miedos…

¿Por qué digo que es difícil de aceptar este punto de vista?

Porque obligaría a repensar casi todos los criterios que sostienen la «buena educación».

En síntesis: sólo podremos hablar de prevención cuando las acciones que se implementen se dirijan hacia donde están las causas que posibilitan la predisposición. Teniendo en cuenta que no es la droga -ni blanda ni dura- la que crea la dependencia sino la dependencia la que crea la drogadicción.

Para empezar a recorrer este camino deberíamos revisar qué valores transmitimos, cómo los transmitimos, qué espacio le damos en la educación a las necesidades de placer, qué lugar tiene la legítima tristeza, qué hacemos con los miedos, cómo brindamos seguridad y confianza, cómo amamos, cómo orientamos, cómo apoyamos, cómo cuidamos y cómo enseñamos a cuidarse.

Y no se trata de una propuesta utópica, (proyecto deseable pero lejano): utópico es suponer que se puede llegar a donde uno se propone por un camino equivocado perdiendo el tiempo y dilapidando recursos.

Los invitamos también a leer su trilogía sobre qué nos sucede cuando queremos elegir una carrera y por lo tanto comenzar a perfilar nuestras vidas: “¡Socorro! Termino el secundario” y “Luchando por elegir un propio destino“, y  “¿No somos nada sin títulos?“. Sobre el duelo, “¡Que pene la pena!”, y sobre la construcción de la autoridad «Autoridad: ¿se gana o se impone?«.


*Claudio Jonas es médico psicoanalista y asesor pedagógico. Es ex-docente universitario de grado y postgrado en Medicina (UBA), Psicología (UBA y UCES). Es autor, entre otros, de “Hay límites que matan”. Ha participado en medios gráficos, televisivos y radiales, se destacan sus colaboraciones para Página12. Como asesor pedagógico intervino en instituciones de salud mental y en más de 50 escuelas públicas y privadas, entre ellas de Chacabuco