¿Cuántos recomienzos, a condición de que sean esenciales y no meros artificios burgueses, pueden darse en una misma vida? Otro interrogante: ¿El yo es uno e indivisible? La consistencia cartesiana de la primera persona del singular es un pilar del pensamiento occidental. ¿Y si somos varios, incluso, muchos? Aclaremos un poco esto. Supongamos que el yo es divisible, que puede desgajarse de manera fértil y que, por tanto, no es del todo descabellada la postulación de una «confederación de las almas». En ese coro de conciencias es donde un yo domina, momentáneamente, por sobre otro. Cuando al individuo se le hace patente que no puede seguir llevando a cuestas su vida tal como está y necesita, pues, de un nuevo impulso vital puede permitir que emerja un nuevo yo. Ejemplo: si uno ha vivido buena parte de su vida con un yo excesivamente prudente y eso lo ha conducido al aburrimiento existencial, entonces la aparición de un yo más audaz y aventurero puede ser de utilidad para resolver la crisis y mantenerse a flote. Así planteado esto suena algo extraño. ¿Alguien puede hacer una buena novela con un tema así? Probablemente, la mayoría de los escritores fracasarían.
Antonio Tabucchi fue la excepción y la prueba categórica la encontramos en Sostiene Pereira (1993), que se ha convertido en un libro no solo indispensable, sino adictivo para los que gustan de las novelas breves, creativas, no exentas de diversión y con una profundidad que no interrumpe el ritmo que requiere toda buena prosa. ¿Una novela filosófica? No en el sentido tradicional del término, es decir, un tratado farragoso puesto en bocas de personajes que discuten con minuciosidad escolástica.
Sostiene Pereira aborda el conflicto del hombre consigo mismo, con su finitud, con los enigmas del paso del tiempo. Un texto destinado a ser perenne.
Sostiene Pereira no pesa, aunque lo que se dirime a través de sus páginas poco tiene de ligero. ¿Cómo es posible alterar el sólido pasado, su aparente naturaleza pétrea, cuando en él se encuentran gran parte de las decisiones fundamentales que hemos tomado y que nos hacen ser, a grandes rasgos, quienes somos? Pensemos en quien ya hace décadas ha definido su vocación, oficio y compromisos. Alguien que ya ha sobrepasado la mitad del camino y que siente que lo acecha una gran insatisfacción ante buena parte de su vida; que podría haber hecho más, en la dirección elegida y, tal vez, en otras insospechadas. Siempre el vivir es más vasto que lo vivido. Esa batalla está perdida, nadie puede ser, materialmente, muchos. Eso no es lo que propone Tabucchi, sino algo más sutil: ¿cómo a partir de nuestras interacciones con otros podemos tomar algo de ellos? Algo que no poseemos, y que nos proporcione la clave para introducir una novedad existencial que acabe por sacarnos de lo que parecía ser nuestro irremediable ocaso. Un encuentro, si es verdadero, debería ofrecernos esa oportunidad de resurgimiento. La vida como una antorcha que se pasa y donde la senectud no es impedimento para recibirla.
¿Quién es Pereira? No lo sabe del todo ¿Qué hace Pereira? Es más importante lo que quiere hacer. ¿Con quién cuenta en su aventura? La juventud, si es tan soñadora como decidida, si tiene una causa por la que vivir, siempre está dispuesta a brindar ayuda y, también, a pedir apoyo. ¿Qué sostiene Pereira? Creo que es más importante lo que en su tránsito opta por dejar caer. No se puede no elegir, no se puede no sostener algo. Lo relevante es que lo que sostenga sea un verdadero punto de apoyo para seguir viviendo y no meras declaraciones que alimenten el autoengaño y la evasión. ¿Ante quién sostiene Pereira su obrar? El tribunal del deseo, si es que existe bajo esos términos punitivos. No importa demasiado, ya que lo que cuenta es lo que sostenemos ante nosotros mismos y ante aquellos que nos importan. ¿Pereira lo logra? Hay que caminar junto a él para saberlo.
Tabucchi no ha escrito una oda al olvido ni se entusiasma con la idea de una cándida resurrección, sino que ha puesto de manifiesto que el campo de batalla es siempre el presente y con las armas que se disponen. Ningún conformismo es disculpable.
¿Sostiene Pereira fue llevada al cine? Afortunadamente, sí, en 1995 por Roberto Faenza. Una hora y media donde todo lo que se sostiene, que es ciertamente cuantioso, está armonizado por la búsqueda de libertad, que empuja la historia hacia adelante con gran vigor. Y en la medida en que Marcello Mastroianni encarna a Pereira, lo que parece de antemano una trama exótica se vuelve indiscutiblemente real y tangible. La última escena concentra la emoción en niveles superlativos. Mastroianni confirma que nació para fundirse con la cámara. Imagen final e inolvidable de una película que no ha envejecido en lo más mínimo.
La banda sonora de Ennio Morricone, junto a la voz de la talentosa y versátil Dulce Pontes, aseguran la plena satisfacción del espectador. Tabucchi hace lo propio con el lector. Nada entre la página y el fotograma ha salido mal. Infrecuente hazaña. De allí la fuerte recomendación de ver, una y otra vez, esta joya del séptimo arte, sin detrimento de la novela, que admite sucesivas relecturas sin rozar nunca el tedio.
No es un ejercicio ocioso pensar qué estamos dispuestos a sostener, porque Atlas no existe, pero sí un mundo que echarse colectivamente a los hombros. A condición de asumirnos como una instancia de Pereira y de identificarnos su crisis, tal vez, podamos hacer algo. En definitiva, proponerse la heroicidad es la mejor forma de afirmar la quietud, creo que sostendría Pereira.
Link para ver la película en idioma original con subtítulos en español: https://ok.ru/video/2409598028312
Dulce Pontes interpretando la banda sonora de Sostiene Pereira, compuesta y dirigida por Ennio Morricone.
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