Andrés Russo propone reinterpretar a una de las obras claves del director Stanley Kubrick, Dr. Strangelove con el subtítulo «O: Como aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba» (1964) con papel estelar interpretado por el inglés Peter Sellers. ¿Qué nos dice esa conocida película en este nuevo contexto de la guerra? La locura y la cordura. Los que se jactan de prudentes. La bomba, el jinete y el destripador. La amenaza de una destrucción mutua. Un criminal de guerra y premio Nobel de la Paz
Por Andrés Russo
Dr. Strangelove imprime la certeza en el espectador de que la cordura es un activo escaso. Y que son particularmente temibles los que se jactan de una inequívoca prudencia, mucho más que los que son manifiestamente insanos. El discurso delirante de facciones antagónicas e irreconciliables confunde la paz con el armagedón, lo cual hace de la geopolítica un escenario propicio para la comedia de equivocaciones más irreverente. En ese sentido, el personaje de Dr. Strangelove no es, ni por asomo, menos demente que el del general Ripper. El indiscutible portento de la joya de Kubrick radica en darle cabal cumplimiento estético al subtítulo del film, casi su nota al pie justificatoria, que nos invita a abandonar la preocupación por la bomba para pasar a amarla. Ese tránsito se acompaña de la inquietante plausibilidad de que la transfiguración radical e irreversible de lo real escapa a la voluntad de las decisiones humanas: la amenaza, llegado cierto punto, toma las riendas de su propio devenir. La locura convertida en sistema es inexpugnable, y no hay relojero que pueda incidir sobre su fallido mecanismo. Así, un destripador (Ripper) no es menos peligroso que un amor extraño (Strangelove). Dudaba de esa equivalencia en el orden del temor hasta que la canción de Depeche Mode, «Strangelove», me convenció: «¿Tomarás el dolor que te daré una y otra vez?». La pregunta la hace Occidente (término desempolvado, en las últimas beligerantes semanas, del arcón lexicográfico de la guerra fría) y la respuesta (temo que afirmativa) también la ofrece la cultura occidental a través de sus efectivos y violentos comunicadores. Los intelectuales hace tiempo que sobramos en el juego de lo público. Hemos quedado reducidos a hacedores de epístolas que nadie entiende.
Recuerdo al “padre” de la bomba atómica, Robert Oppenheimer, llorar públicamente ante el recuerdo de la primera exitosa prueba nuclear en el laboratorio de la muerte que el imperio montó en el desierto de Nuevo México. El llanto culposo de los científicos de la bomba no condicionó a Harry Truman, ni a ningún otro gozoso jinete de la bomba, como el piloto devenido en vaquero que Kubrick nos ofrece al frente de la extrema misión.
La lengua inglesa, recordaba con frecuencia Borges, contiene la palabra «Uncanny», que no es de fácil elucidación, pero que creo es de utilidad para entender el mensaje profundo de Dr. Strangelove: oscila entre lo siniestro, lo misterioso, lo ominoso, lo que colinda, en definitiva, entre lo extraño y lo familiar. Ese es el campo de experiencias con el que usualmente Kubrick ha trabajado. En Dr. Strangelove se toma con la seriedad de la comedia ácida la amenaza de la autoaniquilación. La película se basa en la novela Red alert de Peter George, publicada en 1958 y que es síntesis de la atmósfera fuertemente paranoica de los años 50 (de Nixon, de Mccarthy y de Einsehower), pero con la cercanía de las crisis de los misiles de 1962, uno de los tantos momentos en que se pensó como inminente la tercera guerra mundial, aunque, en efecto, en aquellos días bajo la administración Kennedy la especie dubitó, con bastante asidero, sobre las frágiles condiciones de su supervivencia.
El estado de cosas de la guerra fría parece tener no pocos nostálgicos por estos días, en la medida en que reapareció en la escena pública el Dr. Strangelove por antonomasia del período post caída del muro de Berlín, Francis Fukuyama, para intentar ser, nuevamente, agorero de reiterados predicamentos sobre el fin de las ideologías, acaso, en el tiempo más ideológico que ha conocido el mundo en las últimas décadas.
La guerra fría se construyó en base a la vaga tesis de la «destrucción mutua asegurada» que funcionaba, supuestamente, como el patrón de oro de la disuasión. Nadie iría hacia una escalada nuclear, porque eso implicaría la destrucción de todos los involucrados en la conflagración. Dr. Strangelove desbarata esa tranquilidad, porque no hay tregua posible cuando la paz descansa en una cadena de mando organizada en torno a la sociopatía o, peor aún, a las neurosis más inefables. Ripper, por caso, encuentra justificación para iniciar la reacción en cadena hacia la guerra nuclear en el peligro de contaminación de sus «preciosos fluidos corporales» por la fluorización del agua en manos de perversos comunistas. Podrán extrañarse, pero la conspiración del flúor cuenta hoy con activos adeptos (no solo de terraplanistas está hecho el mundo). La precaución de Ripper puede leerse en clave de moral higienista: «no contaminación». El «american way of life» (modelo de vida americano) será tal en la medida en que permanezca puro e inalterado, aunque el precio a pagar sea la total destrucción.
Los liberales suelen preocuparse excesivamente por los líderes estilo cowboy como George W. Bush o por un inescrutable espía como Vladimir Putin pero, en verdad, la amenaza real descansa en rostros desconocidos. Me inclino más, si he de optar por algún tipo de conspiración, a la que meticulosamente construyeron Los expedientes secretos X en los años 90. No obstante, hoy parece que buscamos reeditar formas más antiguas de la confrontación. Los jinetes quieren seguir cabalgando sobre las bombas y los políticos intelectualizados, resabios del criminal de guerra y premio Nobel de la Paz Henry Kissinger, continúan, como el Dr. Strangelove, en la contradicción permanente, esa que Peter Sellers inmortalizó como un cómico caso del síndrome de la mano extraña. No importan finalmente las lealtades que se tributen, ni las banderas que se defiendan, mientras la pulsión de muerte sea la insignia universal. El mensaje de Dr. Strangelove es una invitación a reconciliarnos con nuestra propia barbarie y dejar de lado los sueños civilizatorios, que han probado no estar exentos de sangre. Al fin de cuentas, desde que un grupo de primates supo que algo podía ser un arma, la moneda (o el hueso) permanece en el aire, pero esa es una historia del gran Stanley Kubrick que quedará para otra ocasión.
Para ver la película
Ficha Técnica:
Título original: Dr. Strangelove, or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb
Año: 1964
Duración: 93 min.
País: Reino Unido Reino Unido
Dirección: Stanley Kubrick
Guion: Stanley Kubrick, Terry Southern, Peter George. Novela: Peter George
Música: Laurie Johnson. Música de cierre: Vera Lynn
Fotografía: Gilbert Taylor (B&W)
Reparto: Peter Sellers, George C. Scott, Sterling Hayden, James Earl Jones, Keenan Wynn, Slim Pickens, Peter Bull, Tracy Reed, Jack Creley, Frank Berry, Glenn Beck, Shane Rimmer, Paul Tamarin, Gordon Tanner, Robert O’Neil, Roy Stephens