Por Mariano Marisi
De chico pensaba que todos los tíos eran camioneros. ¿Quién no tiene un tío camionero?, me preguntaba. Es que en mi ciudad cuando caminás dos cuadras siempre encontrás la casa de uno.
Cuando pensamos sobre la identidad chacabuquense, nos aparecen molinos harineros, campos, ladrillos, pero pocos camiones, de esos que van y vienen llenos de historias. Y si de historias hablamos, nada mejor que conocer la de Adalberto Zanardi, dueño de tantos años arriba de un camión, y de una mirada descriptiva, única, que nos lleva de viaje por el tiempo.
Adalberto nos recibe en su casa. Ahora es jubilado y ha escrito dos libros. En su rostro y en cada cana, hay un relato de un Chacabuco que, en palabras de él, vale la pena vivir.
-Adalberto ¿Cuándo nace el escritor?
-El escritor nace antes del 2000. Me compré un cuaderno de tapa dura, que ahí está guardado, me lo llevaba en el camión y empecé a escribir cosas que veía… Cómo veía Buenos Aires, cómo me perfilaba en esa ciudad, en aquellos tiempos ya alocada. Escuchaba mucha radio, siempre escuché mucha radio, y bueno… de ahí empezaron mis primeras cosas. Después, con los años, pierdo a un compañero de trabajo que yo quise muchísimo, en un accidente de tránsito. Se llamaba Rubén Fabricio, le decíamos “el buitre», cariñosamente. Lo perdí a él, y ahí empezaron a nacer las primeras poesías, que fueron canciones, «Pájaro corsario»… Y ya no paré más de escribir. Lo de los libros es otra historia que viene más a esta época, cuando hacía el programa de radio, que duró doce años. El programa «Del corazón al mundo», ahí empecé a grabar anécdotas que editaba yo con la computadora, con música y todo. Empecé a grabar historias, anécdotas que me pasaron, de lo que viví con mi papá desde los quince años, con él arriba del camión, recordando aquellos viejos camioneros que ya no existen más. Yo los alcancé a conocer y otros que él me hablaba. Ahí nace el escritor.
Cuando hicimos el primer libro, en el 2022, una noche estábamos sentados acá en esta misma mesa con mi compañera, con la computadora, y yo le digo: «Mirá lo que tengo escrito», y me dice: «Ah, pero lo que vos tenés acá, tenés para hacer un libro». Me lo dijo, ¿viste?, y digo: «pucha, ¿un libro?». Y bueno, eh… en el 2016 me llama Betty Arrostito, la querida Betty Arrostito, me llama porque ella había estado enferma y la comisión de ADECH había caducado y me dice: «Adalberto, yo quiero que me ayudes a buscar más gente para refundar ADECH». Y ya estando en la comisión de ADECH, María Elena Sofía, que es la editora de mis libros, una genia total, me dice: «Bueno, si lo tenés, corregís vos, no corrijo yo», porque yo tengo sexto grado. Séptimo lo terminé de noche. Como pude lo fui haciendo, fui narrando las historias. Después la radio me ayudó muchísimo en la lectura, en aprender a leer a otros autores.
-¿Qué te gusta leer?
-En el año 2010 cuando presenté el disco que se llamaba «Por el camino», en San Andrés de Giles y en Chacabuco, el Concejo Deliberante me regaló la colección de cuentos de Haroldo Conti. Cuando empecé a leer a Haroldo Conti, es como que se me corrió una cortina. Ver que nombraba al cura, al tío Agustín, a toda esa gente que yo no conocía. Ahí empecé a ver dónde él ponía las comas, dónde terminaba los conceptos. Después he leído, otros poetas que conocí andando con la guitarra, gente de Río Tercero, gente muy buena con experiencias de vida que me regalaron sus libros. Y bueno… me gusta mucho la poesía, no esa poesía rígida, ¿viste? Yo siempre lo digo, y tuve alumnos, unos chicos camioneros que vinieron. Me decían «Loco, quiero escribir algo para mi novia», y aprendieron, me deslumbraron. Me gustan las cosas sencillas, las cosas simples, aunque no tengas rima lo que estás escribiendo, pero que tenga un sentido. Me gusta la poesía, como dice una de las mías, «en ropa de grafa».
Y así empezó el escritor, de a poco, y creo que no voy a dejar nunca de escribir. Tengo, sin editar uno que son poesías del alma, son cosas que yo le he dedicado a mis seres queridos, amigos que conocí en el camino, en los cuarenta años que anduve, treinta en el camión de la misma empresa.


-¿Chacabuco es un pueblo camionero?
-Sí, totalmente. En la década del 70, en Chacabuco, se hizo un paro enorme, y se contaron setecientos camiones. Yo creo que hay muchísimos camiones acá, tendrían que hacer un censo para decirlo. Recuerdo que recorrían las calles de la ciudad dando vuelta a la plaza los camiones festejando el aumento que habían recibido. Chacabuco es un pueblo totalmente camionero como lo es ladrillero, de los talleres de costura, el campo, y hay mucha hacienda, muchos animales. La otra vez fui a visitar a Paco Bertella, un gran amigo de mi papá. Tuve la suerte de leer su libro y bueno, y ahí te das cuenta que Chacabuco es un pueblo ganadero también.
-Contanos alguna anécdota que tengas por ahí, si te acordás de alguna…
-Una vez estábamos con el querido Carlitos Bruschi, estábamos en el puerto de Buenos Aires y llevábamos harina del molino Río de la Plata. En ese tiempo andaban los camiones de carrocería. Yo tenía diecinueve o veinte años, y estábamos ahí y… de pronto vimos un camión de la firma Pinteño que manejaba el Petiso Milione, padre. Cuando lo vemos de cerca, venía manejando el hijo, que tenía quince o dieciséis años. Y Carlitos empezó a los gritos, dice: «pero ¿cómo viene manejando? ¿Cómo entró al puerto si es un pibe?», venía solo en el camión. Paró a la par nuestra y fuimos corriendo a preguntarle… se mataba de risa: «mi papá viene en la cucheta…». Los Miliones son peticitos, son de tamaño bajito, todos. Al final, abrió la puerta de la cucheta Cassino y Lozada, que se fabricaban acá en Chacabuco al lado de donde es Gustyenz, y venía el petiso Milione padre, con una tabla enorme cortando todo, preparando todo. O sea que se bajó, puso la olla y empezó a hacer el guiso.
Otra, el día que volqué. Tuve mala suerte y volqué en Buenos Aires. En este, cuento la solidaridad de la gente de las villas, yo volqué a dos cuadras de una. Estuvimos todo el día para poder dar vuelta el camión, y salió una señora de adentro de la villa, a la tarde, cuatro o cinco de la tarde, con un tupper con sándwich de milanesa y una jarra con jugo. «Muchachos, ustedes están sin comer, los estoy viendo desde hoy a la mañana que volcó el camión». ¿Cómo uno puede olvidar esas cosas? Después los actos solidarios de los compañeros que se recorrían de una punta a la otra de Buenos Aires para ir a ayudarte, a estar con vos, a acompañarte.
-¿Qué podemos decir de la identidad del chófer de camión? Del camionero. Digamos, ese estereotipo que uno piensa cuando habla de un camionero. ¿Cómo lo identificás?
-Bueno, el camionero como en mi caso, soy nieto, hijo y sobrino de camioneros. A mi abuelo, a los cuarenta y seis años, lo apretaron contra un acoplado, le fracturaron el tórax y no pudo seguir más haciendo ese trabajo de camión. Soy de sangre camionera. Pero hace un tiempo, las compañías de seguro no permitieron más el acompañante, y ahí es donde se termina la escuela de camioneros, porque no es solamente sentarte en el camión y manejarlo. Hoy con los camiones que tenemos en la ruta, con caja automática, pisás el acelerador y se tiran los cambios solos. La dirección mejor que un auto. Hoy un chico maneja un camión tranquilamente, pero hay otras cosas de la ruta: el sentido de solidaridad, el sentido del compañerismo, manejar a la defensiva. Siempre tenés que manejar a la defensiva mirando los espejos, de no ocasionar daños a nadie. Y bueno, todas esas cosas se van perdiendo porque se perdió la escuela de camioneros. Mi papá me decía: «Vos no tenés que ir pegado al otro camión. Vos lo tenés que dejar de lejos y cuando mirás que no viene nadie, acelerás y lo pasás». Entonces claro, se van perdiendo todas esas cosas. Las empresas, por ejemplo, donde yo trabajaba, te sancionaban si te encontraban con un acompañante. No se podía llevar a nadie. Y después estaban las fábricas que no te dejaban entrar con nadie; te tenían que dejar en la puerta, y a veces estabas diez horas adentro, ¿cómo podés llevar una persona? Entonces, se perdieron esos códigos, la ayuda. Antes encontrábamos un camión fuera o no de Chacabuco, tirado en la banquina y nos parábamos: «maestro, necesita alguna cosa?», «¿quiere que le deje yerba, plata, algo?, así no lo conociera.
–¿De qué hablan tus libros?
-Los libros creo que son la voz de muchos que no tuvieron la posibilidad de hacerlo. Hablan de un pibe que nació acá, en este barrio “Las Flores”, en el año 57, de ese chico que veía al padre como un Superman. En esa manzana había cuatro casas, y yo oía las cadenas de la puerta de atrás de la jaula que mi papá manejaba. Era de Bautista Inocencio Nicolini. Él pasaba por la avenida del Cine y yo salía corriendo por la vereda a todo lo que me daban las piernitas para lograr alcanzarlo lo más lejos posible para que él me sentara en la rodilla y me trajera hasta la puerta de mi casa manejando el camión. Me hacía llevar el volante. Los libros hablan de ese chico que vivió en este humilde barrio. Éramos gente pobre, y los amigos nuestros sabían que nuestros padres en alguna oportunidad los iban a poder llevar a Buenos Aires en algún viaje, como nos ha llevado. Tener un camionero en el barrio en esa época era como tener un Papá Noel propio, ya que te sentaban en el camión y te llevaban a Buenos Aires. El flaco Balbiano y mi papá, el padre de Lizzy, de Pedro y de Betty Balbiano, que vivían casa por medio. Entonces, era eso, y de eso hablan los libros, de cómo crecieron viendo el oficio y la cultura del trabajo inculcada por el padre y la madre. Y mi mamá era obrera. Mi mamá fue obrera hasta que me tuvo a mí, en la fábrica de alfombras Dándolo y Primi, donde se hizo el segundo Festival del Libro y la Cultura, en la calle Padre Doglia. Un hijo de obrero que cuenta lo que vivió y lo que sintió.
-¿Qué esperás que sienta el lector dentro de veinte o treinta años, de aquel Adalberto Zanardi?
-Emociones, porque a mí estos libros me dieron muchísimas emociones. Que un profesor de Buenos Aires me compre los PDF porque estaba escribiendo una novela, y el personaje era un camionero. El tipo cuando tuvo que escribir lo que pensaba un camionero se encontró con una pared, pero justo encontró la promoción en Instagram y me compró los PDF para terminar de escribir la novela. Es una emoción tremenda. Después, llegaron, este, hasta Uruguay, donde yo viajé diez años casi. Eso es lo que quiero que sienta la gente, emociones. Que se sienta identificado es maravilloso para mí. A mí vienen y me dicen: «Eh, leí tal historia, ¡qué buena!» Para mí es suficiente. Esto yo no lo hice por plata. Yo no tenía la plata para hacer el libro, y vino una persona y me dijo: «¿Vos lo querés hacer?». «Sí”, le dije, “bueno, yo te doy la guita, y cuando los vendés me la devolvés». Lo mismo me pasó con un disco, el primer disco que hice, me pasó lo mismo. Por eso estoy agradecido a la vida, si tengo que morir mañana, no me lloren.