Estudiantes de primer año de la secundaria de adultos de Chacabuco escribieron relatos inspirados en personajes de la villa donde transcurre el cuento «Como un León» del escritor bonaerense Haroldo Conti, nacido en Chacabuco, ciudad que sirvió de escenario a varias narraciones del autor.
Se trata de una iniciativa que surgió en el área de Lengua y Literatura a cargo de la profesora Ornella Benvenuto. De la actividad participaron estudiantes y estudiantas: Augusto Rocca, Leonela Navarro, Yanina Ramallo, Florencia Cuello, Yamila Albornoz, Romina Di Toro, Alejandra Cabrera, Mariana Martínez, Gustavo Décima, Tobías Lucitti, Rodrigo Colín, María Rosa Cabral, Florencia Llaneza, Nahuel Godoy y Mónica Castillo.
Los relatos, de los que aquí publicamos una selección, fueron exhibidos en el primer Festival Haroldo Conti que se realizó el pasado fin de semana en la ciudad de Chacabuco.
“Tirar del carro para sobrevivir”: relatos de la villa inspirados en personajes del cuento Como un León, de Haroldo Conti.
Relato 1, por Augusto Rocca
El Negro… siempre con sus pantalones remendados en las rodillas, sonriendo por la calle con la visera torcida hacia uno de los lados. A veces tirando del carrito, y otras veces sentado en el cordón de la vereda tomándose un vino, luciendo sus dientes amarillentos, saludando a todos aquellos que pasan y que reconoce, con la compañía de un cigarro, o del gordo Luján.
El gordo… otro personaje de la villa… siempre buscando alguna posibilidad de aventajar a alguien, con su remera larga tipo camisón, sus bombachas de campo, alpargatas, y apareciendo en su ciclomotor a un horario que pareciera pactado entre los dos.
En sus diarias recorridas por la villa, y al ver varios puntos de desechos reciclables, el gordo Luján se contacta con el Negro para proponerle la junta de estos, ya que él dispone de un carrito. Como estos estaban muy distanciados entre sí, se le ocurre la idea de poner un enganche en la moto para que se pueda acoplar al carro y así generar velocidad a la cuestión. El Negro, encantado, accede acordando un porcentaje de la venta. Ya todo estaba ideado. El Gordo hasta había conseguido comprador para los cartones, botellas y demás elementos que pudieran ser vendidos. Faltaba alguien que hiciese el enganche para la moto al carrito. El Negro le propone al gordo Luján ir al taller del “Chuchi”, un mecánico herrero que vive en la cuadra del Negro. El Gordo accede y emprenden marcha sin tiempo que perder.
Al llegar al taller, el Chuchi, un tipo laburante del día a día, los recibe muy atento al reconocer al Negro, su vecino y compañero de alguna mateada en esos días de lluvia en los cuales no hay mucho trabajo para ambos.
– ¡Eeeh, Negrito!, ¿qué andás haciendo por acá?
– Acá andamos, Chuchi. Necesitando un trabajito de un genio. Este es mi amigo, se llama Luján. Para todos “el gordo Luján”. – respondió el Negro.
– Hola, qué tal. –, dice el gordo, y procede a explicarle el asunto. – Como dijo el Negro, necesitamos saber si nos fabrica un enganche para acoplar el carro a la moto.
– Sí, ¡cómo no! – responde el Chuchi, mientras se limpia con un trapo viejo las manos engrasadas.
- – ¿Sale caro? – pregunta el Negro. -Cuéntemne en qué andan, y vemos.
El gordo Luján y el Negro le cuentan la iniciativa, a lo que el Chuchi les responde:
- Como veo que no van a saber si el negocio va a dar buenos frutos, no les cobro más que unos mates, unos electrodos, y un disco de corte. Ahí tengo un montón de fierros tirados, así que lo armamos con eso.
Así fue como todo se puso manos a la obra, los tres quedaron contentos, y el Gordo y el Negro en marcha con su proyecto.
Relato 2, por Mariana Martínez
El viejo Tulio a la edad de setenta años apenas puede andar. Tiene su cuerpo flaco y cansado, camina todos los días a su puesto de tortillas del cual vive y se mantiene él y a su familia… Su esposa María, su hija Gimena, y su pequeña nieta.
Sueña a diario con poder pagar los estudios de su hija para un mejor futuro para ella, ya que él no pudo tener esos privilegios. De chico le gustaba el fútbol pero sabía que muy pocos eran los que llegaban, es por eso que tuvo que dejar de lado ese sueño. Su hija era chiquita, temía por su futuro, y lamentablemente, al pertenecer a una clase social baja todo le costaba el doble. Sin embargo siempre confiaba y apostaba por salir adelante.
El Negro… con su mazo de cartas siempre listas para jugarse un partidito de truco, algo que le apasiona. El típico muchacho de barrio, humilde… Ese que te cruzás por la calle y reconocés enseguida por su joroba de tanto tirar el carro con su hijo a cuestas. Su mujer falleció en un accidente, sin embargo, juntos tratan de salir de la miseria que los envuelve, cargando sueños y luchando a diario por conseguirlos: su casita, un autito… cosas simples para el resto, pero importantes para él.
Son las 5 AM, arranca otro día en la villa, el sonido de los camiones de reparto se vuelven ensordecedores, el viejo Tulio como todos los días prepara la masa para sus tortillas. Del otro lado de la calle, el Negro pone a punto su carro para salir a juntar cartones por el centro de la ciudad. Dos vidas distintas, un mismo sueño. Los vecinos abren sus puertas y salen a cumplir con sus deberes…
- ¡Buen día, don Tulio! ¿Cómo dice que le va?
¡Hola, vecino! Acá tratando de arrancar el día como se puede. Las ventas andan flojas.
Es la vida del pobre, otra no nos queda. Qué va a ser, hay que seguir.
Véndame una tortilla para el nene.
- Y sí, pero tranquilo Negrito, que Dios ya se va a acordar de nosotros y nos va a mandar lo que nos merecemos. – comenta el viejo Tulio, mientras prepara la tortilla. ¡Marche una tortilla para el campeón, y que tengan un buen día!
- Igualmente, don Tulio.
Así sus vidas son a diario. Luchar, luchar y luchar… por esos sueños que jamás perderán…
Relato 3, por María Rosa Cabral y Florencia Llaneza
Pascualito es un joven alto, pelo color castaño, ojos marrones. Tiene quince años y vive con su mamá y su hermanito. El papá los abandonó cuando era muy chico. Por la mañana ayuda a su mamá a vender rosquitas y pasteles para el sustento de la casa. Le gusta jugar a al fútbol y sueña con ser un gran futbolista para sacar a su familia de la villa.
El Tulio es alto, de piel morena, pelo oscuro y ojos claros. Tiene dieciséis años. Vive con su mamá y su papá. El papá trabaja en una grúa móvil y la mamá es ama de casa. Le gusta pasar tiempo con sus amigos. Su sueño es terminar la escuela y poder estudiar abogacía. Su mayor miedo es nunca lograr salir de la villa y terminar su vida tirando del carro para ganar unos mangos como tantos de sus vecinos…
Han pasado ya quince años…. Y una noche hermosa de verano se reencuentran estos dos grandes amigos de la infancia: el Tulio y Pascualito…
Esa noche Tulio estaba muy estresado por su trabajo de abogado, y cuando salió de la oficina decidió ir a ver un partido de fútbol. Al momento de entrar a la cancha y sentarse en la tribuna no podía creer lo que estaba viendo, ¡era su amigo Pascualito jugando en primera!
Luego de disfrutar del partido, esperó a que salieran los jugadores para felicitarlo.
- ¡No puedo creer que nos reencontramos acá, Tulio!
- ¡Amigo!, ¡qué emoción encontrarnos después de tantos años!
- Contame de vos, ¿qué es de tu vida?
- Yo logré mi sueño de ser abogado. Estoy con un caso grande. Vine a la cancha a despejarme un poco y mirá con qué me encontré… ¡Te convertiste en el gran futbolista que tanto soñabas!
- Vos también lograste tu sueño. ¡Qué emoción, amigo! Pensar que de chicos los veíamos tan lejos…
Y así fue que el Tulio y Pascualito, luego de un largo abrazo, se pasaron sus números de teléfono y nunca más se separaron… Juntos planearon, entre otras cosas, volver a la villa que los vio crecer a jugar un picadito.
Relato 4, por Leonela Navarro
La Beba tiene veintidós años, es de tez morena, flaca, alta y trabaja limpiando casas. Vive con Beto, su pareja, en una casita muy humilde. Le gusta cantar, bailar y compartir momentos con él. Su sueño es poder comprarse una casa y tener un hijo. Su único miedo es que su clase social le impida cumplirlos.
El Beto tiene treinta años, es de Villa 31 y de chico tuvo problemas de adicción. Trabaja juntando cartones con su amigo el Gordo Luján que hace un mes salió en libertad del penal 46 y le ofreció que trabajaran juntos para que Beto no vuelva a caer en las drogas y reinsertarse en la sociedad. Los dos tienen un carro con el que recorren la ciudad a los tirones.
El sueño de Beto es construir en su casa un centro de ayuda para que las personas de la villa que luchan una batalla contra las adicciones tengan un lugar de contención. Cree que si él pudo salir, los demás también podrán. Su mayor miedo es seguir perdiendo amigos, amigas y familiares por culpa de la droga.
Un día como hoy y como todas las mañanas la Beba se levanta a las 5:10 A.M. Lava su cara, recoge su pelo, y sin hacer ni un poco de ruido pone la pava para el mate y prepara unas tostadas mientras mira por la ventana las calles vacías de la villa. De repente escucha el chillido de la pava y corre a apagar la cocina. Pone el agua en el termo y se dirige a su habitación donde su compañero “el Beto” se encuentra durmiendo.
Beba lo despierta con un beso en la mejilla y él le sonríe.
- ¡Buen día, mi reina!
Le ceba unos mates en la cama antes de que Beto se vaya a trabajar. Él se levanta, lava su cara, se cambia, le da un beso en la frente, sale en busca del carrito y comienza su recorrido por el Gran Buenos Aires.
Llega a la plaza y allí lo espera su amigo el Gordo Luján, al cual aprecia mucho ya que juntos vivieron situaciones difíciles.
Mientras tanto, en la villa, la Beba se contacta con un pastor del Ejército de Salvación para contarle del proyecto del Centro de ayuda. Este se entusiasma y ese gran sueño comienza a correr de boca en boca. Los vecinos quieren ayudar. Juntos planean organizar un evento para recaudar fondos y así empezar a darle forma.
Ya es de noche. La Beba vuelve a su casa a preparar la cena y a esperar al Beto. Una luz de esperanza comienza a nacer en la villa…