“Las mujeres sin educación sexual integral”

Por Claudio Jonas*

Una lectora de la última nota (“Las mujeres sin educación sexual integral“)  me pregunta, o mejor dicho, me increpa por haber dicho que: “las mujeres han sido, a lo largo de la historia de la humanidad las principales víctimas de una particular educación sexual“. Me aclara que, ella y sus compañeras, a lo largo de la educación religiosa que recibieron, consideran haber sido BIEN EDUCADAS (así en mayúsculas) comparando con lo que se ve hoy en día y lo que se pretende enseñar “obligatoriamente” a través de la ESI.

Agradezco sinceramente su comentario porque hace notorio que la propuesta de educar a las generaciones venideras, en un tema tan íntimo y espinoso de la vida humana como es la sexualidad, lógicamente despertará recelos y desconfianzas, desde el porqué hacerlo, el cómo se hará y la veracidad de los resultados que se prometen.

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Si educación es el proceso que permite desarrollar las facultades intelectuales, morales y afectivas de las personas, de acuerdo con la cultura y las normas de convivencia de la sociedad a la que pertenecen (diccionario de la Real Academia Española) se nos cae de maduro que las sociedades a las que han pertenecido -y pertenecemos- los humanos han variado en diferentes sentidos desde que se tienen noticias.

El bien y el mal, o más sencillamente lo que está bien o mal, en lo que a la sexualidad se refiere, ha estado en el foco de cuanto grupo humano se conoce. Claro que, con diferentes criterios y con métodos “educativos” con poca o ninguna consideración por los destinatarios.

El contraste que la lectora reconoce entre su propia educación y los cambios que se van haciendo evidentes en el ámbito de la moral sexual contemporánea, son innegables.

Aunque, si la invitamos a reflexionar al respecto, no por ser diferentes o desconocidos, los cambios justifican una reacción refleja en su contra.

Quizás, si en su educación sexual se hubiera incluido, aunque más no fuera, una mirada a vuelo de pájaro, sobre la sexualidad a lo largo de la historia, su reacción podría haber incluido una pequeña cuota de dudas.

Por ejemplo, si supiera que:

  1. El divorcio existía en Grecia y Roma. Ya en ese entonces los hombres podían pedirlo si sus esposas eran infértiles (la mujer siempre tenía la culpa de que la pareja no pudiese tener hijos);
  2. Alrededor del año 375 a.C., en la ciudad de Tebas (que fue la capital del Imperio Medio e Imperio Nuevo de Egipto) hicieron un enorme aporte cultural combinando las dos cosas favoritas de los hombres: sexo y combate. Conocidos por aceptar abiertamente la homosexualidad masculina, armaron un ejército de 300 hombres reclutados entre la población de hombres homosexuales;
  3. Las trabajadoras sexuales femeninas usualmente usaban consoladores para excitar a sus invitados en los festines.
  4. Sócrates, señor intelectual, daba la bienvenida a mujeres, gays, esclavos y prostitutas a su activo círculo intelectual y la gente encontraba su mente particularmente sexy. Como resultado, Sócrates era un éxito con ambos sexos y se casó dos veces.
  5. En Egipto las costumbres sexuales eran muy liberales, y si bien el adulterio era duramente castigado, los hombres y mujeres solteros podían tener relaciones con quien quisieran. Incluso existían las prostitutas, las cuales no tenían una imagen negativa como en la actualidad. Era necesario que las mujeres tuvieran relaciones premaritales para conocer mejor el mundo.
  6. Aunque el incesto no era algo común entre los pobladores egipcios, sí lo era en la realeza. La sangre real corría en las venas de las mujeres, y para que un hombre pudiera convertirse en faraón debía casarse con una mujer de la realeza, es decir su hermana o hermanastra.
Carlos II, en quien las recurrentes prácticas de incesto parecen haber traído problemas

Claro que, nuestra lectora como cualquier otro, podría argumentar con todo derecho: ¿Se deduce necesariamente que la reaparición del pasado augura un futuro mejor? ¿O por el contrario, que la supervivencia del pasado requeriría renovados esfuerzos para hacerla desaparecer por completo y, a partir de entonces, recién, la humanidad vivirá mejor?

En todo caso, si estamos pensando en una mejor educación, que permita desarrollar facultades morales e intelectuales para convivir en una cultura en permanentes cambios, ¿no sería justo y necesario que dicho desarrollo sea la resultante de una participación libre, individual, informada y respetuosa de todas/os y cada una/o de los involucradas/os? Esa y no otra es la propuesta de la ESI.